Oración de San Ambrosio

( siglo IV)

 

 

  

 

     ¡Piadoso Señor Jesucristo!, yo, indigno pecador, confiado en tu misericordia y bondad más que en mis propios merecimientos, me acerco, con temor y temblor, a tomar parte en este banquete suavísimo del altar.

     Reconozco que tanto mi corazón como mi cuerpo están manchados con muchos pecados y que mi mente y mi lengua no han sido guardados cuidadosamente. Por todo lo cual, ¡oh Dios piadoso!, ¡oh Majestad tremenda!, yo miserable, en medio de tantas angustias, recurro a Ti, que eres fuente de misericordia.

     A Ti acudo en busca de salud y me acojo bajo tu protección, y ya que me es imposible soportar tu mirada de juez irritado, deseo vivamente contemplarte como mi Salvador.

     A TI, Señor, descubro mis llagas y mi vergüenza, conozco que Te he ofendido frecuente y gravemente, y por eso me inspiras temor, mas espero en tu misericordia infinita.

    Mírame con ojos misericordiosos, Señor Jesucristo, Rey eterno, Dios y hombre crucificado por los hombres. Oyeme, pues en Ti tengo puesta la esperanza, apiádate de mí, que estoy lleno de miserias y de pecados, Tú que eres fuente de misericordia, que no cesa jamás de manar.

   Salve, víctima de la salvación, ofrecida en el, patíbulo de la cruz por mí y por todo el linaje humano. Salve, noble y preciosa Sangre, que mana de las llagas de Nuestro Señor Jesucristo crucificado, y lava todos los crímenes del mundo.

   Acuérdate, Señor, del hombre que has rescatado con tu Sangre. Me arrepiento ya de haberte ofendido, y propongo enmendarme en lo sucesivo.

   Padre clementísimo, aleja de mi todas mis iniquidades y todos mis pecados; para que purificado de alma y cuerpo, merezca entrar dignamente en el Santo de los Santos.

   Que este Cuerpo y esta Sangre que deseo tomar, aunque indigno, sirva de remisión de mis culpas, para purificar totalmente mi alma de sus delitos, para ahuyentar los pensamientos torpes, para dar eficacia a las obras que a Ti agradan y finalmente, para firmísima protección contra las asechanzas del enemigo de mi alma y de mi cuerpo. Amén.

 

 

 

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