NOVENA A MARÍA SANTIFICADORA
Oración para todos los días
Esposa del Espíritu Santo, que recibiste la corona que Dios Padre te había
preparado desde la eternidad, y reinas con tu Divino Hijo Jesús, queremos
venerar tu memoria y agradecerte el oficio que te ha encomendado el Señor de
acercar las almas a Jesús, como Santificadora de la humanidad.
Tú quieres con tus mensajes, acabar nuestra vida de pecado. No apartes de
nosotros tus ojos misericordiosos, ni de todos los que por la sangre o la
amistad están ligados a nuestra vida.
Líbranos del mal por la sangre de Jesús, haz que participemos de su cruz y
vivamos los sacramentos. Que llevemos una vida santa por la guarda de los
mandamientos.
Por último, queremos tenerte a nuestro lado a la hora de nuestra muerte con tu
esposo San José y tu Divino Hijo y Redentor nuestro. Amén.
María Santificadora, Ruega por nosotros y Santifícanos
Día primero
Virgen María, hija predilecta del Padre, tú, que creíste en el mensaje del
Señor, y por la fe dijiste Si al plan del Altísimo, alcánzame una fe grande en
los designios que la Providencia tiene sobre mí y la aceptación de cuanto me
exige.
Por el bautismo se me ha dado una nueva vida: La vida divina. Haz que esta vida
sobrenatural, por mi cooperación a la gracia, de abundantes frutos. Señora, ¡que
grande fue tu fe al recibir en tus brazos un niño desvalido y le reconociste por
tu Dios!
Le buscaste llena de angustia cuando a los 12 años se perdió de tu presencia
tres días y, al hallarlo, creíste y adoraste, sin comprender los designios del
Padre, meditándolos en tu corazón. En la vía dolorosa y en la Cruz, tu fe era la
única luz que alumbró, al pie de tu Hijo, al oscurecerse el sol, el Viernes
Santo.
María Santificadora, Ruega por nosotros y Santifícanos
Día Segundo
María, ser privilegiado y llena de gracias del Señor, conocía y meditaba desde
niña, al servicio del Templo, la palabra de Dios en las Escrituras y esperaba ya
próxima la venida del Mesías Redentor, llena de ansiedad y de gozo.
Dicha espera la hacía meditar y saborear las maravillas anunciadas en serena
oración. Un día, su humilde aposento se llena de luz. Gabriel, el Ángel
mensajero de Dios, la saluda: Dios te salve, María, llena de gracia”. Ante la
extrañeza de la Virgen, el Ángel le explica que es la Elegida del Señor y dará a
luz a Emmanuel, Dios con nosotros, a quien llamará Jesús.
Ella, ante la grandeza de le elección y sabiendo que su virginidad quedaba a
cubierto por la sombra del Altísimo, exclama: “He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra”.
Toda su vida estuvo llena de esperanza y, de modo especial, los meses de
expectativa para verlo y estrecharlo contra su corazón. Desde el anuncio de
Simeón al presentar al niño en el templo, su corazón también esperaba con
angustia la realización dolora de la Redención, hasta verla coronada en el
Calvario, y Ella anegada en un mar de dolor.
Ya resucitado el que era su vida y su amor, y subido al Cielo, empieza en Ella
esa esperanza viva de unirse para siempre a Cristo, corona inmortal, inmaculada,
inmarcesible.
María madre de la Esperanza, aunque nuestros pecados nos agobian, haz nacer el
deseo y la esperanza de que, por la gracia de tu Hijo, viviremos contigo la
eterna contemplación de la Divina Trinidad. Amén.
María Santificadora, Ruega por nosotros y Santifícanos
Día tercero
Espíritu Santo, Amor eterno del Padre y del Hijo, enséñame algo del amor con que
encendiste el alma de María para ser su esposa y Madre de Jesús.
La Anunciación del Ángel a Nuestra Señora, la exquisita solicitud de María por
visitar y servir a su prima Isabel, y el inspirado himno de alabanza al Todo
Poderoso en el Magníficat; el gozo inefable al nacer el Niño Dios en el establo
de Belén, son las manifestaciones externas del fuego ardiente de su amor, lo
mismo que el gozo en la difícil obediencia cuando la huída a Egipto.
El hallazgo del niño en el templo y toda su vida de oración y de entrega a
Nazaret. Su presencia real pero oculta durante la vida pública de Jesús,
encerrada entre dos paréntesis que nos narra el Evangelio las bodas de Caná y su
permanencia al pie de la Cruz, son el índice de su inigualable fidelidad a su
divina misión y del amor soberano que solo puede dar su corazón.
¡Oh María: Alcánzame la gracia de amar a Jesús como tú, con obras más que con
palabras, ayudando a mis hermanos y viviendo con paz mi cruz, único camino para
poder llegar a la patria celestial! Amén.
María Santificadora, Ruega por nosotros y Santifícanos
Día cuarto
Una sola es la causa del mal, del dolor, del sufrimiento, de la muerte: El
orgullo, cuyas manifestaciones son la desobediencia, la rebeldía, el odio. Uno
solo sería el remedio a todos los males del pecado: El amor de un Dios que se
hace pequeño, se humilla, un Dios que se llega a nosotros, se hace de los
nuestros, sufre y muere, para triunfar glorioso en la Resurrección.
María, que con Cristo había de aplastar la cabeza del soberbio Luzbel. Única que
no fue abnegada en las pestilentes aguas del pecado, participó también de esa
sublime humildad de Jesús. María recibe del Ángel un mensaje del Señor, que es
llena de gracia y que va a ser Madre del Mesías. Y sólo tiene palabras para
exclamar: “He aquí la Esclava del Señor”. Isabel la llama “Bendita entre todas
las mujeres”. Y su alma se repliega sobre sí misma y luego prorrumpe en
alabanzas al Creador “que ha mirado la bajeza de su Sierva”.
En efecto, María presta a Isabel los más humildes servicios durante tres meses.
Ella comprende su papel en la salvación durante tres meses. Ella comprende su
papel en la salvación, y ora, medita, intercede en el silencio por los que
seríamos los verdugos de su Hijo. Luego, aceptará ser nuestra Madre y ¡que de
amores y ternuras ha derramado en nuestras vidas! ¡Oh María: Comunícanos esa
virtud de la humildad que practicaste durante toda tu existencia y te mereció la
corona de Reina que hoy ostentan tus sienes, porque Dios derriba del trono a los
soberbios y enaltece a los humildes!
María Santificadora, Ruega por nosotros y santifícanos
Día quinto
El mundo ha sido siempre escenario de guerras y odios, de enemistades y
venganzas entre los hombres y los pueblos.
Dios es la paz perfecta. Quien tiene a Dios goza de la única paz posible en el
mundo. Pero paz no quiere decir exención del dolor, al menos en esta vida.
Porque Cristo, el príncipe de la paz, fue llamado Varón de Dolores. Pero su
alma, inundada del Espíritu Santo era, aun en la tribulación tabernáculo de paz.
María, la llena de gracia, el ser humano más vinculado a la Augusta Trinidad, no
podía carecer, en grado sumo, de ese don inefable de la paz. Y la iglesia, entre
los nombres con que la saluda, la llama Reina de la Paz, Virgen Santa.
Nuestras almas y nuestras vidas están llenas de sobresalto y temores, de dudas y
remordimientos. Madre Santificadora: Alcánzanos de tu Divino Esposo, nuestro
consolador, el don de paz para que apacigüe nuestras tormentas, como se calmaron
las tempestades a la voz de Jesús.
María Santificadora, Ruega por nosotros y santifícanos
Día Sexto
El pecado original desquició al hombre en sus relaciones con Dios, en su
equilibrio en todas las actividades, pero donde ha tenido más humillaciones y
derrotas es por el recto dominio del cuerpo.
Ya en sus orígenes, los hombres se apartaron de Dios por la corrupción de la
carne y sobrevino un castigo universal: El diluvio. Sodoma y las otras ciudades
de la pentápolis se alejaron de las vías del Señor, pues sus ojos se habían
vuelto a esta clase de pecados.
Toda la historia está llena de crímenes por el pecado impuro. Hoy el mundo se
encuentra en la orgía del materialismo. Los medios de comunicación – televisión,
radio, prensa-, han hecho la revolución del pecado contra el sexto mandamiento,
y el aire pestilente que producen ha infestado el santuario de la familia, la
juventud y la niñez. Hasta la vida religiosa y el mismo sacerdocio han sentido
el flagelo de este cáncer mortal.
Sólo tú María te viste libre, única en la historia, de esta plaga. Concebida
inmaculada, cautivaste la mirada de Dios, que envió a su VERBO Eterno para que,
por obra del Espíritu Santo, tomara nuestra naturaleza humana de tu carne y
sangre virginal.
Mira con bondad de niñez. Santifica por tu Divino Hijo el matrimonio, la vida
consagrada a Dios por los votos y el sacerdocio, para santificar el mundo.
María Santificadora, Ruega por nosotros y santifícanos.
Día séptimo
Si el mundo se pierde por la corrupción, la Eucaristía, el pan de vida bajado
del Cielo, es semilla eficaz de pureza y de santidad.
Moisés, al conversar con Dios en el Monte Sinaí, bajó con el rostro radiante por
toda su vida. Quien come el Cuerpo de Cristo, pan bajado del Cielo, vive en
Jesús y Jesús en él, lo ha asegurado a sus discípulos y al pueblo. Su palabra,
su trato, su compañía, irradia luz pura, despide fragancia de santidad. Y el
hombre se hace capaz de realizar grandes ideales en pro de sus hermanos, de los
pobres, de los ancianos, de la juventud y la niñez desamparada.
Es el vigor, la fortaleza misma de Dios, que reside en el pan vivo y nos lanza a
la conquista del mundo para el Señor, así haya que sentir las espinas de la
cruz. Madre nuestra: Concédenos tener hambre de Eucaristía para transformarnos
en Jesús y transformar por Él al mundo.
María Santificadora, Ruega por nosotros y santifícanos.
Día octavo
La felicidad del paraíso está simbolizada en la Biblia por el jardín bellísimo y
por el trato familiar con Dios, todos los días.
Cometido el pecado, se rompe la amistad y aquellos diálogos con el Creador
terminan. Sin embargo, Dios promete ya desde entonces, el perdón. Y entre los
dolores, espinas y abrojos, florece la esperanza. Por la creación, se reanudan
los encuentros con el Creador, que luego habla y escucha a los patriarcas, en la
promesa de Abrahán, en la escala de Jacob, entre las zarzas y en el Sinaí a
Moisés, quien un día escucha el nombre del Señor de sus mismos labios: “YAVE,
Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en amor y fidelidad,
que perdona hasta la milésima generación de la culpa, el delito y el pecado”.
Dios reanuda la amistad con quienes los buscan, y multiplica los signos con
quienes lo invocan.
Una mirada a la Biblia: La oración llena de fe de Ana, alcanza un hijo en la
vejez, que fue el profeta Samuel; aquel muchacho rubio, David, ora antes de
atacar a Goliat, y le vence con la honda de pastor; el mismo David, ya rey
pecador, reconoce su pecado y levanta a Dios aquel estupendo grito de dolor:
“Pequé, Señor, ten piedad de mí según tu gran misericordia”. Y el Señor le
perdona.
Elías, Daniel y mil más, nos muestran en la antigua alianza, la eficacia de la
oración o trato con Dios.
En la nueva alianza, es la oración extasiada de una Virgen de Nazaret, la que
atrae el Cielo a la tierra, y el VERBO toma carne en sus entrañas. Es la oración
poderosa de Jesús, la que devuelve la vida a Lázaro. Y es la que transforma el
pan y el vino en su Cuerpo y en su sangre. María, maestra de la oración,
enséñanos a orar.
María Santificadora, Ruega por nosotros y santifícanos.
Día Noveno
Dios restauró en el mundo el fracaso de la humanidad por su Plan de Redención,
dándonos en su Hijo la Vida Eterna. Esto se llevó a cabo por la fe y la
esperanza en la promesa, y luego por la entrega en el amor. En todo esto, María
es el puente entre el Creador y la humanidad, por la maternidad Divina. De ahí
provienen todos sus títulos y sus méritos, ya que el Altísimo la creó
Inmaculada. Y al dar luego Ella el Si que la realiza como madre, en la visita a
Isabel, Cristo santifica con su presencia a Juan El Bautista, aun antes de nacer
y María es la portadora de Jesús.
María enseña a hablar al que es el Verbo de Dios, que por su palabra iba a
anunciar el Reino de los Cielos y a predicar su doctrina nueva, de amor, de
perdón, de santificación al mundo. Si María es la Madre del Cuerpo Místico de
Cristo, la iglesia de todos los que por divina dignación somos miembros de
Jesús. María fue quien nos engendró al tiempo que su Hijo moría en el Calvario.
María, la Corredentora, es Santificadora con el Hijo del Hombre que Ella formó
en sus entrañas.
Virgen Santificadora: Henos aquí, a tus pies, para que esa sangre de tu Hijo nos
bañe y purifique, nos haga agradables al Padre, por obra del Espíritu Divino, y
podamos llamarte Madre de la Divina Gracia. Porque derramas a manos llenas la
vida que nos da Jesús.
María Santificadora, Ruega por nosotros y santifícanos
Aprobada por Monseñor Alfonso Uribe
Jaramillo,
Obispo de la Diócesis de Sonsón – Rionegro (1982)
Rosario de la Armada (acompáñenos los días 25)
(el plan que Satanás jamás imaginó)
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