LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 

 

 

 

 

 

 

JUEVES 12 DE JUNIO DE 1986 MEDIODÍA

APARICIÓN # 425

(NUESTRA SEÑORA Y SAN MIGUEL; PEÑABLANCA)

TERCER ANIVERSARIO

 



Ya está el anticristo entre vosotros, no lo busquéis más.

Yo soy La Vencedora del dragón infernal.

Miguel Ángel se persigna; ha terminado de referirnos este dramático mensaje para la humanidad, un mensaje que encierra verdades y anuncia un castigo, que no será más que obra del propio hombre y no de Dios.


A continuación, Miguel Ángel, siempre de rodillas, nos relata la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en los misterios dolorosos.



1. LA ORACIÓN EN EL GETSEMANÍ

Jesús fue arrestado en el Monte de los Olivos. Es de noche; está orando al cielo y pide al Padre y dice de esta manera:

Padre, qué amargura. Padre mío, haz que no beba este cáliz de amargura. Se pone triste y pide al cielo y nuevamente dice: Padre mío, hágase Tu voluntad y no la mía.

Miguel Ángel reza un Padre Nuestro, tres Ave María y un Gloria  y después continúa.

Satanás acaba de tentarle, mostrándole todos los pecados y culpándolo, uno por uno. Le mostraba cuando había nacido Él, la muerte de los inocentes y le decía de esta manera:  Por tu causa murieron muchos niños inocentes ¿Qué dices de ello?

Jesús miraba tristemente y seguía orando. Luego, mostraba otra vez otra visión y le decía: ¿Qué sacas de morir? Muchos se van a condenar; no necesitan de ti. Muchos se burlarán. ¿Qué sacas de hacer este sacrificio en vano? Jesús sigue orando y más el sudor era. Luego, Satanás le mostró muchas manchas de todos los pecados. Le iba mostrando y tentándole. Jesús luchando, rezando al Padre decía: Padre mío, hágase Tu voluntad y no la mía. Jesús seguía orando en el Huerto de Getsemaní, pero Satanás, nuevamente le mostraba visiones y decía: ¿Qué sacas Tú de morir? ¿Acaso la humanidad Te lo reconocerá?

Mira esto, siempre habrá pobreza, siempre seguirá perdiendo el más débil. Tú lo sabes; harás el ridículo en aquella cruz.

Entonces Jesús, nuevamente oraba y decía: Padre mío, hágase Tu voluntad y no la mía

y se entristecía y más sudor salía de su frente. Satanás nuevamente tentaba a Jesús, más y más, y le decía: Tú que dices que vas a redimir al mundo, ¿cuántos te van a seguir? Vas a morir en vano. ¡Mira!, y ante la presencia de Nuestro Señor, desfilaban muchos pecadores. Desfilaba el engreído, la prostituta, le mostraba también a los gobernantes de cada país, la destrucción.

Pero Jesús decía: Padre mío, hágase Tu voluntad y no la mía.

Nuevamente Satanás decía: No te van a creer que eres el Hijo de Dios. Tú que vienes aquí a decir y a mandar y a proclamarte Rey, Te van a matar. Tu fin llegará y no tendrás más, porque de Ti se olvidarán.

Jesús cerraba los ojos. Sudando ya sangre, decía: Padre mío, hágase Tu voluntad y no la mía.

Satanás le ponía el temor, cuando ya se iba acercando la hora. Jesús, nuevamente decía:

Padre mío, hágase Tu voluntad y no la mía. Pero más se llenaba de temor y Satanás lo tentaba nuevamente, diciendo: Tú eres el Hijo de Dios, no puedes morir.

Jesús lo miraba y decía: Padre mío, hágase Tu voluntad y no la mía.

Seguía orando Jesús y Satanás nuevamente le mostraba visiones espantosas y le decía: ¿De qué Te sirve morir, si el hombre Te va a odiar? ¿De qué Te sirve redimir al mundo, si Tu palabra se borrará del mundo?

Jesús nuevamente decía: Padre mío, hágase Tu voluntad y no la mía.

Luego Jesús escuchó rumores y gritos, que vienen a apresarle y antorchas. Se llenó de tristeza y Satanás más lo tentaba.

Aquí Miguel Ángel se detuvo y rezó el Padre Nuestro, tres Ave María y un Gloria.

Luego, continúa con su relato.



2. LA FLAGELACIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Entonces, pusieron a Jesús en la columna y lo azotaron. Entonces, mandaron a azotarle, le quitaron la ropa y lo pusieron en la columna. Dos hombres azotan a Jesús, con unos látigos que tienen forma de acero en las puntas. No redondas, sino con puntas muy filudas.

Comienza el azote.

El primer azote comienza a rasgarle el cuerpo. El segundo, nuevamente tira casi a la misma herida y vuelve a rasgar el cuerpo. El tercer azote comienza en las piernas. El cuarto, por las espaldas.

La respiración de Jesús es más fuerte, pero en Él hay amor, como un ciervo, como un cordero. El quinto azote le da en los muslos. Nuevamente azota, la espalda está hecha pedazos y siguen. Justamente en el sexto azote, entran aquellas puntas de hierro en la espalda de Jesús y quedan clavadas. El hombre las saca con fuerza.

 

 Nuevamente, el segundo le vuelve a pegar, más o menos en la columna, entonces dobla el cuerpo de Jesús hacia delante y nuevamente quedan metidas aquellas puntas de acero en la carne de Jesús. El hombre saca esto con fuerzas y vuelve a pegar fuerte, nuevamente. Ahora le toca en el antebrazo, le dan vuelta y siguen pegando. Corre sangre de Jesús, por aquella espalda ya abierta, que se ve la carne, queda morada algunos y rojiza.

Jesús comienza a llorar. Siguen azotando a Jesús, pues esta vez, su espalda está sangrando.

Parece que no quieren parar. Las piernas están un poco débiles, porque se ha caído. Uno le ha pegado una bofetada, con un palo, en la mejilla. Nuevamente siguen pegándole, donde mismo está herido. Vuelve a clavar la espalda de Jesús. Jesús da un ¡Ay!, y dice:

Hágase Tu voluntad y no la mía. Padre mío, perdónalos.

Jesús sigue triste y con mucho dolor. Terminan los azotes. En el cuerpo lleno de llagas, echan vino y nuevamente comienzan a golpearle y vuelven a echar vino. Jesús llora y entre el llanto, hay una sonrisa de paz y de amor.

Miguel Ángel guarda silencio y rezamos el Padre Nuestro, tres Ave María y el Gloria.

Luego, el vidente continúa el relato.



3. LA CORONACIÓN DE ESPINAS

Terminados los azotes, le tiran la ropa a Jesús. Se le cae, no la alcanza a recoger. Se agacha a tomarla y un soldado tira la ropa a otro costado. Jesús, nuevamente va a cogerla. El otro soldado la chutea (patea) al lado izquierdo. Jesús, nuevamente quiere tomar su ropa y nuevamente la arrojan hacia atrás. Jesús, nuevamente va a coger y nuevamente van chuteando, entre risas y carcajadas y burlas. Jesús quiere tomar su ropa, pero siguen tomándole la ropa y no le dejan poner. Luego de eso, uno de ellos dijo:

¿Este no dijo que era Rey?

Entonces, tomaron una capa de color púrpura y se la pusieron. También entretejieron una corona de espinas en forma de casco. La ponen y para no clavarse, los soldados, con un palo van clavando las enormes agujas que iban penetrando en la cabeza de Jesús.

Jesús, al principio, hace un ¡Ay! ; la sangre le gotea. Le cierran los ojos con un paño.

Le comienzan a pegar y a dar puñetes. Entonces, pegándole a Jesús palos en la cara, Jesús dijo un ¡Ay! pequeño y uno escupió en la boca de Jesús. Nuevamente le abofeteaban y decían: ¿Adivina quién te pegó? Jesús guardaba todo aquello y decía: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Pues entonces lo pararon y le hicieron reverencia, diciendo: “Salve Rey de los Judíos” y le golpeaban con un palo, en la cabeza. Y más le golpeaban, más penetraban esas puntas.

La corona de espinas no es seca, es verde y chupaba hacia dentro.

Jesús adolorido, decía: “Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Hay una nueva pausa en el relato: Rezamos el Padre Nuestro, tres Ave María y el Gloria. Después, Miguel Ángel continúa relatando la Pasión de Nuestro Señor.



4. JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS

Entonces, después de haber hecho eso con Jesús, le pasaron un madero, se lo pusieron en los hombros, lo amarraron; era muy pesado. Habían dos también, uno adelante de Él y el otro atrás. También llevaban madero. Lo amarraron en los pies y comienza el Vía Crucis.

Comienza la caminata hacia el Monte Calvario. Jesús va caminando lentamente, pues la cruz es muy pesada y llena de astillas; algunas, se le clavan en el hombro. Trata de caminar bien, pero un ladrón da un mal paso y se enredan y cae Jesús con toda la cara al suelo. Uno de los romanos que estaban ahí, azotó a Jesús en la espalda y nuevamente la túnica, blanca que estaba, comenzó a ponerse más roja que blanca.

Va caminando, pero los soldados van poniendo piedras puntudas en el camino. Es más aún, más difícil de caminar para los presidiarios. Jesús camina con dificultad y nuevamente cae al suelo. Nuevamente Jesús se para, entonces, es dado a un hombre el madero, que lo llevase consigo, a la fuerza.

Muchas mujeres lloran y Jesús les dice: “Mujeres de Jerusalén, no lloren por Mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos”. Mira tristemente y dice: “Llegará el día en que dirán: Dichosas las mujeres que no tienen hijos de pecho”.

En esta nueva pausa, volvemos a rezar un Padre Nuestro, tres Ave María y un Gloria  y Miguel Ángel, entonces, prosigue.



5. LA CRUCIFIXIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Jesús sigue llevando el madero. En el camino va su Madre, llorando. Se encuentra con Ella y Jesús le da consuelo a su Madre y su Madre, tristemente llorando, le dice: “Hijo”. No acababa de decir esta palabra, cuando un soldado la arrojó al suelo y le dio un palo, más o menos arriba del ojo. Le hizo tira la ceja y Jesús miró tristemente. Más del dolor que llevaba hacia el Calvario, los azotes, lo que más le dolió fue el golpe que le dieron a su Madre. Llega al Monte Calvario, pero antes, había tropezado nuevamente y caído. Dejan a Jesús, lo despojan de su ropa. Los demás comenzaron a sacarla delante de todos, sin cuidar el pudor. Jesús suavemente se despojaba. Su Madre tomó el velo que tenía en la cabeza, corrió a dárselo. Jesús se lo puso, dando vuelta la espalda a todos los demás. María, llorando le dice. “Hijo mío, ¿qué te han hecho?” y Jesús la mira y le dice: “Madre, mi Padre ha cumplido Su promesa”.

No acaba de decir esto cuando dos soldados tiraron nuevamente a María hacia afuera del lugar; hacia el público cayó María.

Llorando, María le dice: “Hijo mío”. Jesús, tristemente mira al cielo y es hora de poner su mano en el madero. Amarran la mano derecha más arriba de la muñeca. El verdugo aplasta y abre la mano de Jesús. Uno lo toma más o menos los codos, para que no vaya a sacar la mano, cuando esté clavando y le ponen el clavo un poco más arribita de la muñeca.

Penetra el clavo y el dedo se entra adentro y los nervios comienzan a desgarrarse. Como no entraba, nuevamente los soldados maniobran haciendo esto. La sangre de Jesús comenzó a brotar y nuevamente clavaban, pero falló el primer clavo. Sacaron el clavo nuevamente; volvieron a crucificarlo pero más arribita. No pasaba un centímetro, cuando comenzó a clavarlo y penetró el clavo y Jesús hizo un murmullo de dolor y decía: “Padre mío, Padre mío, perdónales, porque no saben lo que hacen”.

 

Pone su mano izquierda, como si fuese un cordero. La amarran y nuevamente penetra un clavo. Este no costó nada, porque los soldados sabían dónde tienen que clavarlo. Entonces, subiéndolo con soga, faltaba sólo el del pie. Subieron la cruz en forma de T, entonces Jesús miraba al suelo y decía: “Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Jesús, como un cordero, pone sus pies para que sean clavados, pero cuando el hombre coloca el clavo, hace un gesto como si lo fuese a sacar, pero lo pone nuevamente y comienzan a clavarlo. Jesús, nuevamente da un grito de espanto y dolor y su Madre otro grito más, diciendo: “Hijo mío”. Jesús da un fuerte grito y dice: ¡Eloí, Eloí, lemá sabaktaní!

Pide agua; los soldados le mojan una esponja en vinagre y le dan a beber. Jesús no quiere más. Llega Juan, toma a María y se acerca a Jesús. Jesús la mira y le dice: “Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu Madre”. Abrazando Juan a María, Jesús sonríe, y Juan, con los ojos llenos de lágrimas, se guarda todo esto en su corazón. Jesús dice: “Padre mío, todo se ha consumado”. Después de tres horas, expiró.

Expirando Jesús, deja de respirar y comienza a haber un ruido subterráneo muy fuerte y comienza a temblar. Los soldados que estaban ahí y el centurión dijo: “Realmente este era Hijo de Dios”.

Muchos le han dicho: Hemos matado a un justo, al Hijo de Dios. Pues el Hijo de Dios murió como hombre y es Dios y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, tal cual como subió al cielo.



Hemos escuchado el impactante relato de la Pasión de Nuestro Señor. Es unánime el dolor y la pena, pero al mismo tiempo, también, el amor acrecentado hacia Jesús, Nuestro Redentor, que escogió esa horrorosa muerte para redimirnos ante Dios Padre. Rezamos el Padre Nuestro, tres Ave María y un Gloria y después, Miguel Ángel canta: En el nombre de Jesucristo se dobla toda rodilla. Luego, se persigna, besa la cruz de su rosario y sale del éxtasis. Han llegado los siete arcángeles, dice, y todos los peregrinos levantan sus pañuelos para saludar a los mensajeros de la paz.

Miguel Ángel dice: Mi querida Señora, están esperando tu promesa.

De pronto, Miguel Ángel levanta sus manos, como queriendo alcanzar algo, o tocar algo. Su rostro es radiante. Luego, baja sus manos y dirige su mirada hacia el suelo, a los pies del olivo, donde se encontraban objetos religiosos y un cojín de terciopelo rojo de propiedad de María Luisa Paredes. Hacia ese cojín miraba Miguel Ángel. Lo acerca y lo acomoda y mira feliz.

Luego de eso, termina la aparición.


Nota de María Luisa Paredes : Creo que no me corresponde a mí analizar el relato de la Pasión de Nuestro Señor, pero sí debo decir lo profundo que ha calado en mi corazón. Es mayor aún la idea que su muerte fue espantosa y su flagelación, fuera de todo límite. En su relato, Miguel Ángel ha descrito que Jesús llevaba el madero puesto, por detrás de la cabeza, sobre ambos hombros y sus dos manos amarradas a él por las muñecas, de tal modo que sólo podía mover sus dedos. El peso del madero y las astillas, hirieron profundamente su hombro derecho que ya estaba desgarrado con los azotes.

Atado así, de brazos y piernas, su caminar era dificultoso y cada vez que caía, su rostro azotaba en el suelo, aumentando así, aún más, sus dolores y su tormento.

Cuando se le acerca su Madre, Él sólo puede mover sus dedos sin lograr tocarla y Ella es golpeada por haberse acercado al condenado.

Nos impacta también lo de su desnudez y su pudor y el gesto de su Madre al darle su velo para que se cubriera.

Todas estas escenas están hoy reflejadas en cuadros, en el interior de la capilla y en los grabados del Vía Crucis en el camino de acceso al Santuario. Reflejan toda la brutalidad y la magnitud de aquel ensañamiento cruel y sanguinario.

Cuando finalizó la aparición, Miguel Ángel me pasó el cojín y me dijo: Tengo un recado para ti, pero en casa te lo diré.

Bajamos todos muy pensativos, luego de este tercer aniversario de las apariciones y llegando a casa me dijo: Siéntate, y así lo hice.

Sin más ni más, me dice directamente que Nuestra Señora se posó sobre este cojín y que al momento de hacerlo le dijo: “Dile a ella que se prepare para ser madre”.

Dicho esto me preguntó: ¿Te gustó la noticia? Yo, helada, muda, sólo atine a sonreír, decir un sí como respuesta.

Debo decir aquí, o recordar, que yo había perdido ya varios hijos al momento de nacer. Así es que ya daba por descontada toda posibilidad de tener un hijo.

Tiempo después, supe que Miguel Ángel insistió sobre este pedido a la Santísima Virgen, en La Salette y en Lourdes, cuando viajó a Europa.

Pasaron largos años y en 1990, el 23 de febrero, nacía la promesa hecha por la Santísima Virgen. Hoy, mi hijo tiene tres años de edad y se llama Ignacio Gustavo Jojot Paredes. Jamás podré pagar este regalo del cielo.

Es importante decir, que durante todo el relato de la Pasión de Nuestro Señor, Miguel Ángel nunca vio el rostro de Nuestro Señor. Veía tan sólo una luz radiante y preguntándole a Nuestra Señora el porqué, Ella le respondió que aún no había llegado la hora de su segunda venida.

Otra cosa que dijo, fue que la Virgen inclinaba su cabeza cuando rezaba el Gloria y que Siempre había un ángel a su lado.

 

 


 

 

 

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