ROSARIO DEL ABANDONO Nº 2

DOLINDO RUOTOLO

Tomado de las oraciones y meditaciones del Siervo de Dios Don Dolindo Ruotolo

 



“No quiero angustiarme, Dios mío: ¡confío en Ti!”

Ante cualquier preocupación que nos roba la paz del corazón y nos produce angustia, recemos este Rosario con toda confianza en Jesús que todo lo puede, repitiendo la Jaculatoria


“Oh Jesús yo me rindo a Ti, me abandono en Ti, ¡Ocúpate de Todo! ”

SE COMIENZA HACIENDO LA SEÑAL DE LA CRUZ:
Por la Señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigo líbranos Señor Dios Nuestro.

 


Meditemos, El Primer Misterio


Jesús al alma:
¿Por qué se confunden al preocuparse? Dejadme a mí el cuidado de vuestras cosas y todo se mantendrá en calma. Les digo que todo acto de verdadera ciega y completa rendición a mí me produce el efecto que deseáis y que resuelve toda situación complicada.

Repetimos 10 veces
 “Oh Jesús yo me rindo a Ti, me abandono en Ti, ¡Ocúpate de Todo! ”

 

Meditemos El Segundo Misterio

 
Jesús al alma:

Entregarse, rendirse a mí no significa ni inquietarse, ni estar amargado, ni perder la esperanza, tampoco significa ofrecerme una oración pidiéndome que le siga. Rendirse significa cerrar plácidamente los ojos del alma, rechazar los pensamientos de tribulación y ponerse a mi cuidado, para que solamente Yo actúe , diciendo “ocúpate Tú”.


Repetimos 10 veces

“Oh Jesús yo me rindo a Ti, me abandono en Ti, ¡Ocúpate de Todo! ”

 
Meditemos El Tercer Misterio


Jesús al alma:

¡Cuántas cosas realizo cuando el alma, tanto en sus necesidades espirituales como aquellos materiales, se vuelve a mí, me mira y diciéndome: “Jesús, ocúpate Tú de ello”, cierra los ojos y reposa!

 Obtenéis pocas gracias cuando os atormentáis por producirlas, sin embargo, tenéis muchísimas cuando la oración es un encomendarse plenamente a mí. En el dolor, vosotros oráis para que yo obre como creéis que debo obrar… No os dirigís a mí sino que queréis que yo me adapte a vuestras ideas. no piden al médico que les cure, sino que le sugerís la cura . No obréis así, sino orad como os he enseñado en el Padre Nuestro :

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo, es decir, dispón Tú, en esta necesidad, como mejor te parezca.
Si me decís de verdad: “Hágase tu voluntad”, que es lo mismo que decir: "Jesús, ocúpate Tú de ello”, yo intervendré con toda mi omnipotencia y venceré las mayores dificultades.

 
Repetimos 10 veces

“Oh Jesús yo me rindo a Ti, me abandono en Ti, ¡Ocúpate de Todo! ”

 


Meditemos El Cuarto Misterio

Jesús al alma:

Te digo que así lo haré y que intervendré como médico, y que hasta obraré un milagro cuando fuere menester. ¿Ves que el enfermo empeora? No te desanimes, sino cierra los ojos y di: “Ocúpate Tú de ello”. Te digo que yo me ocuparé, y que no hay medicina más poderosa que una intervención mía de amor. Me ocuparé de ello sólo cuando cerréis los ojos.


No descansáis nunca, queréis valorarlo todo, escudriñarlo todo, pensar en todo, y os abandonáis así a las fuerzas humanas, o peor, a los hombres, confiando en su intervención. Es esto lo que obstaculiza, impide mis palabras y mis cálculos. ¡Oh, como deseo vuestro abandono para beneficiaros! ¡Y cuánto me aflijo al veros turbados! Satanás tiende precisamente a esto: a quitarles la paz , para apartarlos de mi acción y arrojarlos a la merced de las iniciativas humanas.


Confiad por eso sólo en mí, reposad en mí, abandonaos a mí en todo. Yo obro milagros en la proporción del pleno abandono en mí, y a la ausencia de preocupaciones vuestras. ¡Yo derramo tesoros de gracia cuando vosotros estáis en la plena pobreza! Ningún razonador (calculador) ha hecho milagros, ni siquiera entre los santos: Obra divinamente quien se abandona a Dios.


Repetimos 10 veces

“Oh Jesús yo me rindo a Ti, me abandono en Ti, ¡Ocúpate de Todo! ”

 


Meditemos El Quinto Misterio


Jesús al alma:
Cuando veas que las cosas se complican, di con los ojos cerrados del alma: “Jesús, ocúpate Tú de ello”. Y distráete, apártate de ti porque tu mente es penetrante… y para ti es difícil ver el mal y tener confianza en mí. Haz así para con todas tus necesidades; obrad así todos y veréis grandes, continuos y silenciosos milagros. Os lo juro por mi amor. Y yo me ocuparé de ello, os lo aseguro.

Rogad siempre con esta disposición de abandono y tendréis gran paz y grandes frutos, incluso cuando yo os concedo la gracia de la inmolación de reparación y de amor, que importa el sufrimiento. ¿Te parece imposible? Cierra los ojos y di con toda el alma: “Jesús, ocúpate Tú de ello”. No temas, me ocuparé de ello y bendecirás mi Nombre humillándote.

Mil plegarias no valen lo que un solo acto de abandono vale: Recordadlo bien. No hay oración más eficaz que esta.

Repetimos 10 veces

“Oh Jesús yo me rindo a Ti, me abandono en Ti, ¡Ocúpate de Todo! ”

 
Oración final:
María, Madre mía, soy tuyo ahora y siempre. A través de ti y contigo, siempre quiero pertenecer completamente a Jesús. Amén

 

Bajar el Rosario


 

 

A continuación, una breve reseña de su vida:


Se cuenta que a los numerosos napolitanos que iban a San Giovanni Rotondo para hablar y confesarse con San Pío de Pietrelcina, él les decía: “¿Por qué venís aquí si en Nápoles tenéis al Padre Dolindo? Id a verle a él que es un santo.” Todo el mundo conoce al Padre Pío, sus estigmas y sus extraordinarias dotes místicas. Pero ¿quién era ese tal Padre Dolindo al que el capuchino de Pietrelcina reenviaba las almas, seguro de ponerlas en manos tan santas como las propias?

Don Dolindo Ruotolo era un pobre y humilde sacerdote napolitano, Contemporáneo del Padre Pío de Pietrelcina, también terciario franciscano, que llevaba con infinita paciencia unos sufrimientos indescriptibles y además tenía la fuerza de pedir al Señor aún más dolores para ofrecerlos por la salvación de las almas, sabiendo que no hay otro medio para alcanzar la santidad que el camino de la Cruz.


Nació en Nápoles el 6 de octubre de 1882., Dolindo (nombre que entraña en sí mismo la referencia al “dolor”) tuvo una infancia difícil por reiterados problemas de salud y por apuros económicos de la familia.

 En 1896 el joven Dolindo fue enviado con el hermano Elio a la Escuela Apostólica de los Sacerdotes Misioneros. Emitió sus votos religiosos el 1 de junio de 1901. En 1903, pidió sin éxito ser enviado a China como misionero.


Tras la ordenación presbiteral el 24 de junio de 1905, fue nombrado profesor de los clérigos de la Escuela Apostólica y maestro de canto gregoriano en el seminario de Molfetta, donde enseñó y trabajó también en la reforma del mismo seminario.

 

Su vida de Sacerdote transcurrió siempre entre dolores terribles, de muchas incomprensiones de parte de su amada Iglesia, pero el siempre fue fiel a Jesús y a su mandato “El que quiera ser mi discípulo que cargue con su cruz y me siga”.

 

 El 29 de octubre de 1907 vuelve a Nápoles, Fue acusado de ser un “hereje formal y dogmatizante”, fue enviado a Roma para someterse al juicio del Santo Oficio. Obligado a someterse a pericia psiquiátrica, El resultado de los exámenes médicos fue de estar mentalmente sano.

 

Fue expulsado de sacerdote y el 8 de agosto de 1910, luego de una revisión de su causa fue rehabilitado. Pero, por segunda vez, en diciembre de 1911, fue convocado por el Santo Oficio y en 1912. Sufrió otro juicio en 1921, fue condenado y nuevamente alejado. Para la rehabilitación definitiva, tuvo que esperar hasta el 7 de julio de 1937.


A partir de entonces, su vida de sacerdote diocesano se desarrolló en Nápoles, en la céntrica iglesia del San José de los Viejos, de la que el hermano Elio era párroco. En este lugar, Don Dolindo ideó la Obra de Dios y la Obra Apostolado Prensa.

Don Dolindo consagró cada momento de sus jornadas a la oración, a la penitencia, al servicio de las almas y del mundo, a la escucha atenta de las numerosísimas personas que acudían a él en busca de ayuda, consuelo y dirección espiritual. Entre los muchos fieles que le seguían, había gente humilde, profesionales de todo tipo y muchos llegaban a él en la estela de la fama de santidad que se estaba esparciendo incluso fuera de Nápoles. De hecho, de la santidad tuvo también ciertos carismas “visibles”, como la bilocación, el don de profecía y de sanación, pero vividos siempre en la plenitud de las virtudes de la humildad, de la obediencia y del silencio.


En Nápoles todos lo veían caminar con una bolsa de tela negra llena de piedras: era una forma de penitencia que le pesaba mucho, dado que aumentaba los dolores provocados por una artrosis que lo estaba literalmente doblando en dos. En la otra mano siempre llevaba la corona del Rosario, de la que nunca se separaba, para orar por todas las almas que le confiaban sus penas. Su vida fue una entrega continua. Él mismo se convirtió en una Hostia viviente consumida con y por amor a la Iglesia. La elección voluntaria de ser un alma víctima lo transformó en un auténtico “Himno a la Vida”: así el Dolindo-dolor fue cada vez más Dolindo-vida.


Además de toda una vida de oración y penitencia, Don Ruotolo escribió una poderosa y vasta obra compuesta por libros de teología, ascetismo y mística, escritos de doctrina católica y también autobiográficos. Destaca su Comentario a la Sagrada Escritura en 33 volúmenes, en el que adoptaba un método exegético tradicional intentando recomponer en la exégesis la fractura entre ciencia y fe.

 

Como recuerda el Profesor Roberto De Mattei en su fundamental ensayo El Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita, Don Dolindo fue objeto de una implacable persecución por parte del Pontificio Instituto Bíblico, dirigido por el jesuita Augustin Bea, y por la Pontificia Comisión Bíblica, capitaneada por el Cardenal Eugène Tisserant. Don Dolindo se había atrevido a desafiar la nueva orientación racionalista de las dos potentes instituciones pontificias emprendiendo su comentario de las Sagradas Escrituras siguiendo el método exegético tradicional de los Padres y Doctores de la Iglesia, método basado sobre las tres verdades reveladas que sustentan toda exégesis auténticamente católica: la inspiración divina de las Sagradas Escrituras, su inerrancia absoluta y la historicidad de los cuatro Evangelios. El pío y erudito sacerdote napolitano, acompañaba además el estudio de La Biblia con la oración y la meditación. Pero, no obstante la defensa de Mons. Giovanni Maria Sanna, obispo de Gravina e Irsina, y de Mons. Giuseppe Palatucci, obispo de Campagna, y el apoyo de otros ilustres prelados italianos, Don Ruotolo fue condenado por el Santo Oficio.


Bajo el pseudónimo Dain Cohenel, Don Dolindo escribió y publicó, en mayo de 1941, un opúsculo que fue presentado al Papa Pío XII por el Cardenal de Nápoles Alessio Ascalesi. En este escrito, Don Ruotolo arremetía contra la exégesis histórica y supuestamente científica, viendo en ella el grave peligro de una “dictadura intelectual” en el campo de los estudios bíblicos. Como era de esperar, la Comisión Bíblica reprobó esta tesis que ponía en tela de juicio el “reduccionismo bíblico” fuertemente sostenido por el Padre Bea.


Pero las preocupaciones que Don Ruotolo expresaba no eran ni gratuitas ni infundadas, como la historia posterior ha demostrado con creces. Lamentablemente, hemos comprobado desde hace tiempo que la exégesis católica ha sido enterrada precisamente por esa misma Pontificia Comisión Bíblica y ese mismo Pontificio Instituto Bíblico que los Pontífices Romanos habían querido para combatir el modernismo en el campo bíblico.

 

El caso de Don Dolindo es indicativo del giro que estas dos instituciones empezaron a dar justo por aquel entonces, cediendo a las aperturas en boga hacia las protestantes “historia de las formas”(R. Bultmann y M. Dibelius en los años 20) e “historia de la redacción” (1945) que parten de la negación de la verdad histórica y autenticidad de los Evangelios y, consecuentemente, niegan la inspiración divina de las Escrituras y limitan la inerrancia a los solos pasajes relativos al dogma.


Con tan sólo esta breve semblanza, podemos constatar cómo Don Dolindo fue calumniado y perseguido durante décadas. A quién lo calumniaba y perseguía, respondía con amor y con oraciones. No permitía a nadie que hablara en contra de sus perseguidores. Aislado, calumniado, tratado como un loco y hasta como un hereje, Don Dolindo escribía a sus hijos e hijas espirituales para infundirles fortaleza y prevenirles emitir juicios sobre la Iglesia Santa e Inmaculada.


En 1960 un ictus lo dejó inmovilizado en el lado izquierdo del cuerpo. Él supo llevar la parálisis con una maravillosa entereza, paciencia y hasta con alegría, siempre trabajando para la gloria de Dios, la salvación de las almas y la santificación de la Iglesia. Murió el 19 de noviembre de 1970, en la más extrema pobreza y en “olor de santidad”. Sus restos mortales descasan en la iglesia napolitana de San José de los Viejos y la Inmaculada de Lourdes.


Actualmente es considerado como un maestro de la espiritualidad napolitana y está en proceso de beatificación.

Para los interesados, hay más material sobre él y su obra en la internet.-


 
 

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