ÁLVARO BARROS
A MODO DE PRÓLOGO PRIMERA PARTE
Del Libro de Álvaro Barros, Por qué creo en Peñablanca? extracto del prólogo.
Cuando por primera vez escuché que en Peñablanca un niño decía verte, Virgen Santa María, y que ante la pregunta del sacerdote que le pidió te interrogara sobre quién eras, la respuesta fue, “Yo soy el Corazón Inmaculado de la Encarnación del Hijo de Dios”, me dio un vuelco el corazón.
Yo había leído sobre apariciones y de inmediato me pareció posible que esto
fuera verdad, por la sencillez del que decía verte, por la negativa del primer
sacerdote al que acudió el muchacho, porque comenzaste entre pobres, y porque el
Párroco de El Sol encontró que tu respuesta era de la más alta teología.
Y fui con mi familia al Cerro un día de aparición, el 1 de septiembre de 1983.
Yo había escrito un libro sobre apariciones aprobadas por la Iglesia y sobre
ello les conversaba en la mesa a los míos. Ahora era posible ver en terreno lo
que se decía de otros casos similares. Vi al muchacho. Me pareció creíble por su
rudeza, ignorancia y transparencia. La Virgen Santa no elige necesariamente a
los mejores ni a los más bellos.
A los pocos días volvimos a ir y escuchamos que podíamos tomar fotos al cielo.
Lo hice, revisando después las diapositivas en casa con mis 5 hijos y mi señora.
Nada especial vimos, salvo una toma en la que aparecía la figura de una joven
muy hermosa dibujada en las nubes.
Continuamos observando una a una las fotos siguientes. Nada había. Caímos
en la cuenta que la hermosísima niña de las nubes no sólo la habíamos visto los
siete, sino a todos nos había impresionado, y la observamos en el cielo
nítidamente presente.
¿Volvamos atrás para verla de nuevo? Volvimos a buscarla y ya nunca más pudimos encontrarla. Esto nos impacto profundamente.
Regresamos al Cerro los días 24 y 29 de septiembre de 1983. Yo ya creía que
María estaba allí. Muchos detalles impactantes: la fe de la gente y de varios
sacerdotes y monjas; vimos un pez dibujado en las nubes del cielo.
En algún momento, luego que el niño dijera que miráramos al sol porque así se lo había dicho Nuestra Señora, vimos en el sol cada uno algo distinto. Alguien lo vio moverse, disparar luces, acercarse y alejarse, caer de él como copos de nieve o pétalos, ponerse verde. Mi hija menor nada pudo observar, le molestaba la vista; a los otros no. Eramos siete en ese viaje y cada cual captó algo distinto. Cuando luego se dijo de “histeria colectiva”, por nuestra propia experiencia tal aseveración nos pareció vacía y torpe.
Nos aprontábamos para continuar yendo a las apariciones, sobre todo después de
leer en los diarios que el sacerdote nombrado por el Señor Obispo (Jaime
Fernández) para investigar el caso, afirmaba que él creía que el muchacho era
“normal” y el mensaje bastante “unívoco”, muy similar al de Fátima y que
descartaba manipulaciones.
Cuando el 6 de octubre de 1983 nos enteramos por los medios de comunicación que
este mismo sacerdote había descubierto en todo esto un fraude y manipulación, y
luego sale la declaración negativa del Señor Obispo, de inmediato decidí cortar
toda relación con el caso: primero mi Iglesia Católica y la obediencia a su
autoridad.
Mientras tanto,
en Santiago, un Vicario del Arzobispado afirmaba que todo lo de Peñablanca era
obra de la CNI, organismo represivo y de control del Gobierno Militar.
Sin embargo, con el correr de los días y los datos dados por el mismo Padre a
periodistas y, sobre todo, a Patricia Collyer en la revista “Análisis”, me
surgió un problema de evidente contradicción con aquello de que “la verdad os
hará libres”. El Padre, en su entrevista, uno tras otro, daba datos errados,
falsos, contrarios a lo que nosotros éramos testigos: uno de los desaciertos
mayores, “el pez que habíamos visto en el cielo lo había hecho un avión”. Pero
habíamos allí más de 100.000 personas en el Cerro y nadie había visto el avión
del Padre.
Han pasado casi 20 años y él insiste en ese equívoco sin mostrar siquiera una mala foto con tal avión. Y luego otra serie de cosas falsas: que todo era un montaje de un organismo ajeno a la Iglesia (tanto un Vicario de Santiago como una revista del Obispado de Punta Arenas afirmaron que era la CNI), que mucha gente había quedado casi ciega “mirando al sol”.
Habló de una camioneta sin patente, pero resulta que era de una amiga nuestra que no tenía dinero en ese momento para pagar la patente; se había conseguido en Quilicura una patente provisoria que había pegado en un cartón, llevándola en la cabina.
Que los parlantes eran proporcionados por ese oscuro organismo del “montaje”, pero la verdad era que entre varios amigos pagábamos su arriendo. ¿Por qué el sacerdote investigador no averiguó estas cosas a tiempo?
Que al muchacho le dictaban los mensajes y un capitán de ejército manejaba un transmisor dentro del Jardín de las apariciones; nos constaba la ignorancia de Miguel Ángel.
Que en la primera aparición el 12 de junio de 1983 había habido “5.000 espectadores iniciales” siendo la verdad que lo acompañaban sólo dos muchachos que estaban lejos del lugar donde por primera vez vio a Nuestra Señora… y así, diez, quince, veinte afirmaciones reñidas con la verdad, en boca del experto del Arzobispado porteño.
Una religiosa contemplativa de uno de los principales monasterios me comentó: “ese investigador no ha estudiado mística”, aserto que volvió a repetir sobre la segunda comisión.
Tras bambalinas supimos que al Padre le pidió audiencia un personaje envuelto en
sigilo y reserva, solicitándole la mayor cautela. Le habría “confesado” que él
era de la CNI, el organismo militar policíaco del gobierno Castrense, diciéndole
que todo lo de Peñablanca era armado por la CNI y que él, como católico, se
sentía obligado en conciencia a develarlo, pero que nada debía decir pues corría
el riesgo que por soplón lo mataran…
Momentos después que el supuesto agente se había ido, el Padre, el 6 de octubre
de 1983, recibía una amenazadora llamada telefónica, indicándole que la
superioridad había tenido conocimiento que un traidor los había delatado; pero
que si el Padre decía que las apariciones eran falsas, sería él, el Padre,
asesinado antes del 8 de diciembre (1983).
Estremecido el sacerdote, en un primer instante no sabía qué hacer; fue entonces
cuando lo vio Alejandro Cifuentes, asistiendo a su Misa, quedando impactado por
su nerviosidad. El sacerdote se fue luego al Arzobispado de Valparaíso, y Obispo
y experto viajaron de inmediato a Santiago a denunciar a la Nunciatura la
supuesta grave superchería, que fue comunicada discretamente a todos los obispos
de Chile, pidiéndoles prudencia en su manejo, pues había vidas humanas que
proteger.
Más de un mes antes, el vidente Miguel Ángel había tenido una visión y mensajes
escuchados por los miembros de la familia Comelin, donde vivía por entonces, en
que se anunciaba que el General Pinochet sufriría un atentado, al igual que el
Ministro del Interior y otra autoridad de la República, sin especificar quién,
cuándo y dónde.
José Antonio Zurita, llamado “el corneta de la Virgen”, porque fue el primero en repetir a quien quisiera oírlo los menajes de la Virgen Santísima, logró llegar en Viña del Mar al Palacio de Cerro Castillo, donde se hospedaba el Presidente, y hablar con él, pues ya se sabía que un niño recibía mensajes de la Virgen y había uno que lo involucraba. Se tomarían todas las medidas prudentes, se le aseguró, salvo en el caso de esa autoridad del país, imposible de determinar entre miles de posibilidades a lo largo de miles de kilómetros. Pues bien, a los pocos días es asesinado en Santiago, el General Carol Urzúa, Intendente Metropolitano.
Además Pinochet había recibido una serie de cartas hablándole de las apariciones
de Peñablanca e insinuándole que era prudente que él atendiera a esos mensajes
que hablaban de graves cosas. Sin duda que cartas, avisos y noticias
fueron cuidadosamente consideradas por personal de la CNI al punto de
preocuparse de quién era el muchacho y el Párroco de El Sol de Quilpué, que
comenzó a tenerlo en su casa.
Consta que tales indagaciones se hicieron y, como en uno de los éxtasis de septiembre de 1983, se escuchó que surgiría agua en el lugar de las apariciones,de noche se obligó a José Antonio Zurita, flanqueado por personal de seguridad, a cavar un pozo en el mismo lugar de los éxtasis. Ya la CNI cautelosamente se aproximó al vidente en cada aparición, pudiendo el Padre investigar, posteriormente, ser advertido que en las fotografías, algunos personajes que estaban cerca del muchacho en éxtasis, era personal con conexiones militares, lo que confundió aún más al experto y lo hizo rodar más a fondo en la trampa que se le tendió por la misma CNI, pues para éstos, servidores fieles de un régimen político en el que estaban prohibidas las reuniones, el que sin permiso subieran millares y millares al Cerro, era inexplicable si tras el asunto no hubiera algo que podía ser peligroso para el régimen.
Muchas cosas los hacía dudar: la muerte avisada de una autoridad, las cartas
llamando al Presidente con ciertas críticas; que se escuchara por boca del
vidente, para ellos en falso éxtasis, que el peor enemigo del cristianismo era
el comunismo y poco después terminar con que hay que amar a los comunistas pues
son nuestros hermanos. Que no se tocaran cacerolas (en las noches de protesta
contra el gobierno) y de inmediato, que no se recordara el pasado (el gobierno
de Allende) por los medios de comunicación, muchos bajo alguna forma de control
gubernamental, pues ello también “enardecía los ánimos”.
La muerte del General Urzúa, ciertamente llevó a la cima de las sospechas a la CNI. Si el 29 de septiembre de 1983 habían subido más de 100.000 personas, yendo las cifras en aumento, ¿qué se podía esperar para más adelante si esto no se paraba pronto?
Se ve que en la mentalidad gobernante esta aparición generaba dudas profundas. Surge el episodio del presunto traidor y de inmediato la amenaza de muerte al Padre investigador. Pasaron los días y se fue aclarando que la Iglesia no había actuado con transparencia, sobre todo cuando Obispo y experto se oponían a denunciar a los autores, siendo que el sacerdote investigador le decía a la prensa que tenía “listas de nombres, cargos y direcciones” de los presuntos autores del “fraude de Peñablanca”…
¿Era sensatez, celo, prudencia, dejar a miles y miles de personas equivocadas en un supuesto fraude que involucrara a Dios y a María Santísima?
Tales contradicciones me vinieron a reafirmar que las apariciones eran ciertas. Pero el Padre insistía en que las figuras en el cielo, los movimientos y acercamientos del sol eran obra de quienes encendían fogatas y de supuestos aviones. Que él sabía física y cómo se hacían tales “supercherías”.
A unos ochocientos metros del lugar de las apariciones había un viejo basural
que día y noche recibía la quema de los despojos que allí se botaban… esto no lo
dijo.
La revista “Mensaje” de los Padres jesuitas
pidió la identificación
valiente de los
supuestos falsarios a comienzos de 1984. Sordos a ello fueron Obispo y experto.
Creció en mí la convicción de la maravilla de la santa aparición avalada
por conversiones, confesiones de gente que volvía a Dios, algunos provenientes
de diversos países, oraciones piadosas, cantos y procesiones religiosas de
simple y puro amor a Dios y María.
Sobre el Mensaje de La Salette dado al vidente, el sacerdote investigador,
además de tergiversarlo, aseguró que no eran “palabras de la Virgen”. Pero el
Señor Obispo se atrevió a ir más lejos: aseguró que el mensaje de La Salette era
falso y que no estaba aprobada por la Iglesia, siendo que desde Pío IX hasta
Juan Pablo II han tenido por cosa de Dios.
Más me hizo creer esto en Peñablanca.
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Luego vino la segunda comisión, cuyos miembros dijeron cosas como aquello que la
Virgen había afirmado que Ella era el Alfa y la Omega, cosa jamás dicha por
Ella. Jesús sí lo es.
Poco a poco surgió la convicción que, del primero al último, los investigadores
episcopales tomaban como cierta cualquiera afirmación que le hiciese toda
persona que se les cruzó en el camino, sin aquilatar la condición del testigo.
Cinco profesores, alejados de las técnicas y metodología más elemental de una investigación científica, sin encuestas serias, amplias ni profundas, habiendo millares y millares de testigos… Uno de ellos escribe de “signos tan absurdos como… hostias con sangre y otros”.
En relación con los estigmas del vidente, que de alguna forma fueron controlados
reiteradamente hasta por seis médicos, sacerdotes y diversas personas, me
escribe: “¿No sabes tú que la causa del estigmatizado Padre Pío fue detenida en
la Santa Sede por sospecha de ser un fenómeno psicológico de tipo histérico?”. Y
hoy Juan Pablo II lleva a los altares a ese “histérico”…
Tal sumatoria de debilidades inexplicables en investigadores serios, malas
interpretaciones, torpezas, falsedades tal vez sin proponérselas pero producto
de un trabajo superficial, apresurado e incompleto, me convencieron aún más que
las apariciones de Peñablanca eran ciertas.
Como profesores tal vez no se les dio el tiempo necesario para estudiar a fondo. Debimos pedirle al Obispo que asistieran a las apariciones para investigarlas. Había apariciones y no estaban presentes los investigadores…!
Carmen Freymuth y José Barrera, vecinos de Peñablanca, como muchos de nosotros, vieron cómo durante 1984 los hermanos protestantes, al pie del cerro en los días de aparición, hablaban en grupo contra ellas, cantaban y predicaban adversamente de lo que sucedía en el Cerro. También vieron a miembros de la Segunda Comisión Investigadora acercarse a ellos y entrevistarlos…
Supimos que “de orden superior”, videos de las apariciones sacados por el Canal
de Televisión de la Universidad Católica de Valparaíso, fueron mandados
destruir. En algunos de ellos, se nos dijo, aparecían evidencias extraordinarias
en el sol, luces y tomas valiosas del vidente en éxtasis y el público a su
alrededor, apareciendo sacerdotes y religiosas con sus hábitos…
También se nos comentó que uno de los 5 profesores investigadores, no quiso firmar la declaración negativa presentada al Señor Obispo y a la prensa, callando tal decisión…
El Padre Luis Fernández Carnero cierto día nos confidencia que casualmente se
encontró presente en la oficina del Señor Obispo de Valparaíso cuando éste
recibió una llamada personal telefónica de su amigo Augusto Pinochet, con
posterioridad a Septiembre de 1984, y que ambos habían llegado al acuerdo de dar
vuelta la página y ya ni por los medios de comunicación ni de viva voz, de ambos
lados, nadie hablara más del asunto “aparición de Peñablanca”.
¡Qué triste para la Iglesia chilena no reconocer la visita de su Madre!
¡Qué triste para Jesús! ¡Qué mediocridad de investigación!
Posteriormente, la caída grave del muchacho, (“no elijo siempre a los mejores”,
dijo María en Medjugorje) y que gente nueva llegue por primera vez al Cerro sin
haber sido testigo de las apariciones, me vino a confirmar aún más la veracidad
de la Presencia de María Santísima en el Monte Carmelo de Chile. Más cuando un
Secretario de la Conferencia Episcopal de Chile me dijo que él le había dicho al
Obispo de Valparaíso: “Pancho, manda a toda la Universidad a estudiar esos
fenómenos de Peñablanca”…
No le hizo caso.
Lo sucedido entre nosotros en algo ha reflejado cómo el hombre ha recibido la
visita de Dios y sus enviados, y cómo a veces se han portado éstos hasta
nuestros terribles días, comenzando con Balaam, siguiendo con Jonás, Judas y más
de 30 falsos papas, varios de los cuales eran monjes, obispos y cardenales,
hasta el tomar preso a San Juan de la Cruz y matar a Santa Juana de Arco, siendo
Obispo el que hizo cabeza en el martirio.
¡Y las cosas que hemos sabido en estos días!… María nos avisó en Peñablanca de las “cloacas de impureza”… en referencia a algunos sacerdotes!!!
¡Perdón, Dios mío!, porque uno no es quién para lanzar la primera piedra. Orar,
orar, orar. Pedir perdón por las heridas que hemos hecho y perdonar al que nos
ha herido. ¡Gracias, Señor, por Peñablanca!
En parte, por lo que he narrado, creí y sigo creyendo en Peñablanca, pero a ello
se le suman innumerables experiencias, evidencias y testimonios
que llenarían libros… ¡y que continúan sucediendo!
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