LAS ALMAS SUFRIENTES

   

  Virgen Santísima de los Dolores, mírame cargando la cruz de mi sufrimiento, acompáñame, como acompañaste a tu Hijo Jesús; eres mi Madre y te necesito. Ayúdame a sufrir con amor y esperanza, para que mi dolor se convierta en un gran bien en las manos de Dios. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

   En cuanto nuestro Señor Jesucristo muere por nosotros en la Cruz  y redime al mundo, el sufrimiento humano comienza a tener trascendencia. Antes era sólo un castigo por el pecado de nuestros primeros padres. Era un sufrimiento totalmente humano que en nada ayudaba al alma que había sido expulsada del Edén e impedida de gozar de la presencia de Dios. Sin embargo, como respuesta al pecado de Adán y Eva, Jesús, el verbo hecho carne, la segunda persona de la Santísima Trinidad baja a la tierra y nos redime del pecado original. No viene como un rey a alojarse en un palacio, sino que elige una familia pobre y casta. Jesús, además, conservará su castidad durante su vida demostrándonos a todos que sí se puede. Da la vida por nosotros y muere en la cruz de la forma más atrozmente imaginable. De esta forma abre para todos las puertas del cielo, cerradas desde ese entonces para todos nosotros. Pero hay una condición: el alma debe entrar inmaculada a la Patria Celestial, libre de cualquier imperfección ocasionada por el pecado. ¿Pero quién de nosotros puede decir que conserva su alma perfecta igual a la del bautismo? Seguramente ninguno de nosotros, porque por nuestra condición,  nuestras imperfecciones y nuestros pecados, estos van cada vez más ennegreciendo esa alma que luego del bautismo estuvo sin mancha. ¿Pero que podemos hacer? Sin duda acceder al sacramento de la reconciliación, pero aún cuando nuestros pecados se perdonan el alma igual debe ser sometida a una necesaria purificación antes de ingresar en el cielo. Todos aquellas almas que  a través de los años se han podido comunicar con los vivos desde el purgatorio, manifiestan que el sufrimiento terrenal es como “suave brisa” en comparación a los dolores y padecimientos que las almas por su propia voluntad se someten en el purgatorio. Es preferible el padecimiento terrenal que el dolor en ese lugar de purificación. Por ello es necesario que nuestros propios sufrimientos terrenos sean aprovechados en beneficio nuestro y como una forma de disminuir  el tiempo de nuestra permanencia en el purgatorio. Por lo tanto no debemos evitar los sufrimientos que Dios nos manda. Cada dolor que sintamos debemos ofrecerlo a Nuestro Señor como una forma de acompañarlo en los sufrimientos que Él padeció por nosotros.

 

 Existen personas que durante sus vidas han sufrido incesantemente. Muchas veces desde pequeños, por algún defecto físico, una timidez exagerada, la agresión física o sicológica por parte de otra persona. En sus vidas de adultos,  soledades, complejos, rupturas matrimoniales, fracasos en los negocios, problemas o muertes de algún familiar, penosas enfermedades, etc. , en fin por cualquier circunstancia el sufrimiento los ha tomado de la mano desde pequeños, para no abandonarlos jamás. Estas son las llamadas “almas sufrientes”. Son almas privilegiadas y muy queridas por Dios. Es tanto el amor que por ellas siente que aquí en la tierra en forma suave las va perfeccionando con todo su amor, para que algún día ocupen la especial habitación que les tiene preparadas en la Patria Celestial. En ellas reconoce a su hijo crucificado por los hombres y quiere que a través del dolor en la tierra se asemejen a su hijo bien amado y de esta forma consigan la perfección necesaria para percibir la gloria en todo su esplendor. (Cristo, la Virgen María, la gran mayoría de los santos fueron almas sufrientes). Como que de una forma las almas sufrientes, más allá del tiempo, ayudan a Nuestro Señor Jesucristo a llevar la pesada Cruz del mundo, abultada por todos los pecados de la humanidad.

 Cuando las almas piensan que la carga es demasiado pesada, ruegan la ayuda de  Dios. A veces Él  las socorre, mas es tanto el   amor que Dios siente por las almas sufrientes que el alivio es temporal, sólo algunos años y luego  con aquella mano cariñosa aplica nuevamente ese  dolor purificador y benéfico. Por ello si usted es un alma sufriente, alegre su corazón, porque sin duda es un alma elegida por Dios. No intente buscar la felicidad temporal en esta vida, pues probablemente no la  encontrará, aproveche el tiempo terrenal en  provecho de su alma ya que su norte es la Patria Celestial. ¿Por qué a usted? Sólo Dios lo sabe, no olvide que nuestro amado Padre es Dios y no persona por lo que no podemos entenderlo, pues no actúa de acuerdo a la lógica humana conocida por nosotros. 

 Ahora bien, si usted es de aquellas personas que la vida lo ha tratado bien, sin grandes problemas, con suerte en su matrimonio, negocios, etc., y siente que no ha sido fiel a los mandamientos, que tampoco se ha portado bien con el prójimo, etc., algo puede hacer por usted.  Debe purificar su alma. Primero cumplir a cabalidad todos los mandamientos que se concentran en dos: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, pero ello no basta, debemos hacer sacrificios, privarnos de ciertas cosas y con el ahorro dar a los pobres, ver nuestra familia y ayudar a quien lo necesita. Entender el valor de la castidad. Hemos quedado viudo(a) y tenemos la posibilidad de casarnos nuevamente. No lo hagamos, optemos por la castidad y donemos nuestro tiempo al prójimo. En nuestro matrimonio algo comenzó a funcionar mal y tengo que recurrir a esas pastillas que me ayudan a alcanzar  con éxito una relación carnal. No las tome ( de acuerdo con su pareja), opte por la castidad. Son invitaciones, no obligaciones, que Nuestro Padre le hace para su salvación. Por una razón misteriosa y difícil de comprender en la Patria Celestial el valor de la castidad es inmenso. 

"Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre,

y hay eunucos que fueron hechos por los hombres,

y hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos.

 El que pueda entender, que entienda."

(Mt 19, 12)

San Pablo nos dice:

 

"Quisiera yo que todos los hombres fueran como yo; pero cada uno tiene de Dios su propio don: éste uno; aquel, otro. Sin embargo a los no casados y a las viudas les digo que les es mejor permanecer como yo, pero si no pueden guardar continencia, cásense, que mejor es casarse que abrasarse"

(Corintios 1, 7-9)

 

 

 Los dolores que sufrimos en la tierra, son enviados por Dios para nuestro provecho y beneficio y debemos hacer uso positivo de ellos. No todos sufrimos de igual forma e intensidad. Aquellos que han sido sometidos a más pruebas son seres destinados por Dios a alcanzar una mayor perfección y un nivel más alto en la gloria eterna. Son seres privilegiados y especiales para Nuestro Padre. Por lo tanto una persona tiene mayor valor no de acuerdo al dinero, estirpe, o éxito sino  al  grado e intensidad de sus sufrimientos, los que le permitirán alcanzar mayores grados de perfección,  y es junto a sus buenas obras lo único que se podrá llevar de este mundo. Lo demás quedará en la tierra para sus herederos y para el recuerdo de los vivos, al menos por un tiempo,  hasta que con el paso de los años, ya nadie recuerde al fallecido.

 Aprovechemos nuestra vida, ahora que aún es tiempo, no vaya a ser cosa que en el momento menos pensado Dios nos llame y nos encuentre con nuestras lámparas apagadas. Seamos precavidos, trabajemos por nuestra salvación y por la del prójimo a cada instante y no olvidemos rezar; el poder de la oración es incalculable y tengamos la seguridad que siempre seremos escuchados.

 

 

Video Musical realizado por los autores de este portal.

 

"Nada te turbe"

Canta Tere Larraín

 

 

 

 

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