UN INTENTO DE INTERPRETACIÓN DEL TERCER SECRETO DE FÁTIMA
Por Joseph Card. Ratzinger
La Tierra se sume en el dolor, la Iglesia de Mi Hijo sufrirá. Yo continúo apareciendo para bien de la humanidad, para ser signo de que no deseo hijos extraviados. Mi Palabra es bendición, es advertencia amorosa, ya que han llegado a la abominación. Mis lágrimas se derraman por la corrupción humana que ha llegado hasta en el interior de la Iglesia que Mi Hijo fundó. Yo externé en Fátima, en el Tercer Secreto, Mi dolor por la corrupción y la desolación de la Iglesia, y no se ha dado a conocer. Siempre Virgen María, 15 de Agosto de 2012
CONGREGACIÓN PARA LA
DOCTRINA DE LA FE
EL MENSAJE DE FÁTIMA
PRESENTACIÓN
En el tránsito del segundo al tercer milenio, Juan Pablo II ha decidido
hacer público el texto de la tercera parte del « secreto de Fátima ».
Tras los dramáticos y crueles acontecimientos del siglo XX, uno de los más
cruciales en la historia del hombre, culminado con el cruento atentado al «
dulce Cristo en la Tierra », se abre así un velo sobre una realidad, que hace
historia y la interpreta en profundidad, según una dimensión espiritual a la que
la mentalidad actual, frecuentemente impregnada de racionalismo, es refractaria.
Apariciones y signos sobrenaturales salpican la historia, entran en el vivo de
los acontecimientos humanos y acompañan el camino del mundo, sorprendiendo a
creyentes y no creyentes. Estas manifestaciones, que no pueden contradecir el
contenido de la fe, deben confluir hacia el objeto central del anuncio de
Cristo: el amor del Padre que suscita en los hombres la conversión y da la
gracia para abandonarse a Él con devoción filial. Éste es también el mensaje de
Fátima que, con un angustioso llamamiento a la conversión y a la penitencia,
impulsa en realidad hacia el corazón del Evangelio.
Fátima es sin duda la más profética de las apariciones modernas. La primera y la
segunda parte del « secreto » —que se publican por este orden por integridad de
la documentación— se refieren sobre todo a la aterradora visión del infierno, la
devoción al Corazón Inmaculado de María, la segunda guerra mundial y la
previsión de los daños ingentes que Rusia, en su defección de la fe cristiana y
en la adhesión al totalitarismo comunista, provocaría a la humanidad.
Nadie en 1917 podía haber imaginado todo esto: los tres pastorinhos de Fátima
ven, escuchan, memorizan, y Lucía, la testigo que ha sobrevivido, lo pone por
escrito en el momento en que recibe la orden del Obispo de Leiria y el permiso
de Nuestra Señora.
Por lo que se refiere la descripción de las dos primeras partes del « secreto »,
por lo demás ya publicado y por tanto conocido, se ha elegido el texto escrito
por Sor Lucía en la tercera memoria del 31 de agosto de 1941; después añade
alguna anotación en la cuarta memoria del 8 de diciembre de 1941.
La tercera parte del « secreto » fue escrita « por orden de Su Excelencia el
Obispo de Leiria y de la Santísima Madre.... » el 3 de enero de 1944.
Existe un único manuscrito, que se aquí reproduce en facsímile. El sobre lacrado
estuvo guardado primero por el Obispo de Leiria. Para tutelar mejor el « secreto
», el 4 de abril de 1957 el sobre fue entregado al Archivo Secreto del Santo
Oficio. Sor Lucía fue informada de ello por el Obispo de Leiria.
Según los apuntes del Archivo, el 17 de agosto de 1959, el Comisario del Santo
Oficio, Padre Pierre Paul Philippe, O.P., de acuerdo con el Emmo. Card. Alfredo
Ottaviani, llevó el sobre que contenía la tercera parte del « secreto de Fátima
» a Juan XXIII. Su Santidad, « después de algunos titubeos », dijo: « Esperemos.
Rezaré. Le haré saber lo que decida ».
En realidad, el Papa Juan XXIII decidió devolver el sobre lacrado al Santo
Oficio y no revelar la tercera parte del « secreto ».
Pablo VI leyó el contenido con el Sustituto, S. E. Mons. Angelo Dell'Acqua, el
27 de marzo de 1965 y devolvió el sobre al Archivo del Santo Oficio, con la
decisión de no publicar el texto.
Juan Pablo II, por su parte, pidió el sobre con la tercera parte del « secreto »
después del atentado del 13 de mayo de 1981.S. E. Card.Franjo Seper, Prefecto de
la Congregación, entregó el 18 de julio de 1981 a S. E. Mons. Martínez Somalo,
Sustituto de la Secretaría de Estado, dos sobres: uno blanco, con el texto
original de Sor Lucía en portugués, y otro de color naranja con la traducción
del « secreto » en italiano. El 11 de agosto siguiente, Mons. Martínez devolvió
los dos sobres al Archivo del Santo Oficio.
Como es sabido, el Papa Juan Pablo II pensó inmediatamente en la consagración
del mundo al Corazón Inmaculado de María y compuso él mismo una oración para lo
que definió « Acto de consagración », que se celebraría en la Basílica de Santa
María la Mayor el 7 de junio de 1981, solemnidad de Pentecostés, día elegido
para recordar el 1600° aniversario del primer Concilio Constantinopolitano y el
1550° aniversario del Concilio de Éfeso. Estando ausente el Papa por fuerza
mayor, se transmitió su alocución grabada. Citamos el texto que se refiere
exactamente al acto de consagración:
« Madre de los hombres y de los pueblos, Tú conoces todos sus sufrimientos y sus
esperanzas, Tú sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal,
entre la luz y las tinieblas que sacuden al mundo, acoge nuestro grito dirigido
en el Espíritu Santo directamente a tu Corazón y abraza con el amor de la Madre
y de la Esclava del Señor a los que más esperan este abrazo, y, al mismo tiempo,
a aquellos cuya entrega Tú esperas de modo especial. Toma bajo tu protección
materna a toda la familia humana a la que, con todo afecto a ti, Madre,
confiamos. Que se acerque para todos el tiempo de la paz y de la libertad, el
tiempo de la verdad, de la justicia y de la esperanza ».
Pero el Santo Padre, para responder más plenamente a las peticiones de « Nuestra
Señora », quiso explicitar durante el Año Santo de la Redención el acto de
consagración del 7 de junio de 1981, repetido en Fátima el 13 de mayo de 1982.
Al recordar el fiat pronunciado por María en el momento de la Anunciación, en la
plaza de San Pedro el 25 de marzo de 1984, en unión espiritual con todos los
Obispos del mundo, precedentemente « convocados », el Papa consagra a todos los
hombres y pueblos al Corazón Inmaculado de María, en un tono que evoca las
angustiadas palabras pronunciadas en 1981.
« Y por eso, oh Madre de los hombres y de los pueblos, Tú que conoces todos sus
sufrimientos y esperanzas, tú que sientes maternalmente todas las luchas entre
el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el mundo
contemporáneo, acoge nuestro grito que, movidos por el Espíritu Santo, elevamos
directamente a tu corazón: abraza con amor de Madre y de Sierva del Señor a este
mundo humano nuestro, que te confiamos y consagramos, llenos de inquietud por la
suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos.
De modo especial confiamos y consagramos a aquellos hombres y aquellas naciones,
que tienen necesidad particular de esta entrega y de esta consagración.
¡“Nos acogemos a tu protección, Santa Madre de Dios”!
¡No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades! ».
Acto seguido, el Papa continúa con mayor fuerza y con referencias más concretas,
comentando casi el triste cumplimiento del Mensaje de Fátima:
« He aquí que, encontrándonos hoy ante ti, Madre de Cristo, ante tu Corazón
Inmaculado, deseamos, junto con toda la Iglesia, unirnos a la consagración que,
por amor nuestro, tu Hijo hizo de sí mismo al Padre cuando dijo: “Yo por ellos
me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 19).
Queremos unirnos a nuestro Redentor en esta consagración por el mundo y por los
hombres, la cual, en su Corazón divino tiene el poder de conseguir el perdón y
de procurar la reparación.
El poder de esta consagración dura por siempre, abarca a todos los hombres,
pueblos y naciones, y supera todo el mal que el espíritu de las tinieblas es
capaz de sembrar en el corazón del hombre y en su historia; y que, de hecho, ha
sembrado en nuestro tiempo.
¡Oh, cuán profundamente sentimos la necesidad de consagración para la humanidad
y para el mundo: para nuestro mundo contemporáneo, en unión con Cristo mismo! En
efecto, la obra redentora de Cristo debe ser participada por el mundo a través
de la Iglesia.
Lo manifiesta el presente Año de la Redención, el Jubileo extraordinario de toda
la Iglesia.
En este Año Santo, bendita seas por encima de todas las criaturas, tú, Sierva
del Señor, que de la manera más plena obedeciste a la llamada divina.
Te saludamos a ti, que estás totalmente unida a la consagración redentora de tu
Hijo.
Madre de la Iglesia: ilumina al Pueblo de Dios en los caminos de la fe, de la
esperanza y de la caridad. Ilumina especialmente a los pueblos de los que tú
esperas nuestra consagración y nuestro ofrecimiento. Ayúdanos a vivir en la
verdad de la consagración de Cristo por toda la familia humana del mundo actual.
Al encomendarte, oh Madre, el mundo, todos los hombres y pueblos, te confiamos
también la misma consagración del mundo, poniéndola en tu corazón maternal.
¡Corazón Inmaculado! Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se
arraiga en los corazones de los hombres de hoy y que con sus efectos
inconmensurables pesa ya sobre la vida presente y da la impresión de cerrar el
camino hacia el futuro.
¡Del hambre y de la guerra, líbranos!
¡De la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable y de todo tipo de
guerra, líbranos!
¡De los pecados contra la vida del hombre desde su primer instante, líbranos!
¡Del odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios, líbranos!
¡De toda clase de injusticias en la vida social, nacional e internacional,
líbranos!
¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!
¡De la tentativa de ofuscar en los corazones humanos la verdad misma de Dios,
líbranos!
¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!
¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!, ¡líbranos!
Acoge, oh Madre de Cristo, este grito lleno de sufrimiento de todos los hombres.
Lleno del sufrimiento de sociedades enteras.
Ayúdanos con el poder del Espíritu Santo a vencer todo pecado, el pecado del
hombre y el « pecado del mundo », el pecado en todas sus manifestaciones.
Aparezca, una vez más, en la historia del mundo el infinito poder salvador de la
Redención: poder del Amor misericordioso. Que éste detenga el mal. Que
transforme las conciencias. Que en tu Corazón Inmaculado se abra a todos la luz
de la Esperanza».4
Sor Lucía confirmó personalmente que este acto solemne y universal de
consagración correspondía a los deseos de Nuestra Señora (« Sim, està feita, tal
como Nossa Senhora a pediu, desde o dia 25 de Março de 1984 »: « Sí, desde el 25
de marzo de 1984, ha sido hecha tal como Nuestra Señora había pedido »: carta
del 8 de noviembre de 1989). Por tanto, toda discusión, así como cualquier otra
petición ulterior, carecen de fundamento.
En la documentación que se ofrece, a los manuscritos de Sor Lucía se añaden
otros cuatro textos:
1) la carta del Santo Padre a Sor Lucía, del 19 de abril del 2000
2) una descripción del coloquio tenido con Sor Lucía el 27 de abril del 2000;
3) la comunicación leída por encargo del Santo Padre en Fátima el 13 de mayo actual por el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado;
4) el comentario teológico de
Su Eminencia el Card. Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe.
Una indicación para la interpretación de la tercera parte del « secreto » la
había ya insinuado Sor Lucía en una carta al Santo Padre del 12 de mayo de 1982.
En ella se dice:
« La tercera parte del secreto se refiere a las palabras de Nuestra Señora: “Si
no [Rusia] diseminará sus errores por el mundo, promoviendo guerras y
persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre
sufrirá mucho, varias naciones serán destruidas” (13-VII-1917).
La tercera parte es una revelación simbólica, que se refiere a esta parte del
Mensaje, condicionado al hecho de que aceptemos o no lo que el mismo Mensaje
pide: “si aceptaren mis peticiones, la Rusia se convertirá y tendrán paz; si no,
diseminará sus errores por el mundo, etc.”.
Desde el momento en que no hemos tenido en cuenta este llamamiento del Mensaje,
constatamos que se ha cumplido, Rusia ha invadido el mundo con sus errores. Y,
aunque no constatamos aún la consumación completa del final de esta profecía,
vemos que nos encaminamos poco a poco hacia ella a grandes pasos. Si no
renunciamos al camino del pecado, del odio, de la venganza, de la injusticia
violando los derechos de la persona humana, de inmoralidad y de violencia, etc.
Y no digamos que de este modo es Dios que nos castiga; al contrario, son los
hombres que por sí mismos se preparan el castigo. Dios nos advierte con premura
y nos llama al buen camino, respetando la libertad que nos ha dado; por eso los
hombres son responsables ».5
La decisión del Santo Padre Juan Pablo II de hacer pública la tercera parte del
« secreto » de Fátima cierra una página de historia, marcada por la trágica
voluntad humana de poder y de iniquidad, pero impregnada del amor misericordioso
de Dios y de la atenta premura de la Madre de Jesús y de la Iglesia.
La acción de Dios, Señor de la Historia, y la corresponsabilidad del hombre en
su dramática y fecunda libertad, son los dos goznes sobre los que se construye
la historia de la humanidad.
La Virgen que se apareció en Fátima nos llama la atención sobre estos dos
valores olvidados, sobre este porvenir del hombre en Dios, del que somos parte
activa y responsable.
Tarcisio Bertone, SDB
Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario de la Congregación
para la Doctrina de la Fe
EL « SECRETO » DE FATIMA
PRIMERA Y SEGUNDA PARTE DEL « SECRETO »
EN LA REDACCIÓN HECHA POR SOR LUCÍA
EN LA « TERCERA MEMORIA » DEL 31 DE AGOSTO DE 1941
DESTINADA AL OBISPO DE LEIRIA-FÁTIMA
Tendré que hablar algo del secreto, y responder al primer punto interrogativo.
¿Qué es el secreto? Me parece que lo puedo decir, pues ya tengo licencia del
Cielo. Los representantes de Dios en la tierra me han autorizado a ello varias
veces y en varias cartas; juzgo que V. Excia. Rvma. conserva una de ellas, del
R. P. José Bernardo Gonçalves, aquella en que me manda escribir al Santo Padre.
Uno de los puntos que me indica es la revelación del secreto. Sí, ya dije algo;
pero, para no alargar más ese escrito que debía ser breve, me limité a lo
indispensable, dejando a Dios la oportunidad de un momento más favorable.
Pues bien; ya expuse en el segundo escrito, la duda que, desde el 13 de junio al
13 de julio, me atormentó; y cómo en esta aparición todo se desvaneció.
Ahora bien, el secreto consta de tres partes distintas, de las cuales voy a
revelar dos.
La primera fue, pues, la visión del infierno.
Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la
tierra. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas
transparentes y negras o bronceadas, con forma humana que fluctuaban en el
incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con
nubes de humo que caían hacia todos los lados, parecidas al caer de las pavesas
en los grandes incendios, sin equilibrio ni peso, entre gritos de dolor y
gemidos de desesperación que horrorizaba y hacía estremecer de pavor. Los
demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales
espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros.
Esta visión fue durante un momento, y ¡gracias a nuestra Buena Madre del Cielo,
que antes nos había prevenido con la promesa de llevarnos al Cielo! (en la
primera aparición). De no haber sido así, creo que hubiésemos muerto de susto y
pavor.
Inmediatamente levantamos los ojos hacia Nuestra Señora que nos dijo con bondad
y tristeza:
— Visteis el infierno a donde van las almas de los pobres pecadores; para
salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado
Corazón. Si se hace lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán
paz. La guerra pronto terminará. Pero si no dejaren de ofender a Dios, en el
pontificado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por
una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a
castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las
persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la
consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los
Primeros Sábados. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si
no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la
Iglesia. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir;
varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El
Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo
algún tiempo de paz.
TERCERA PARTE DEL «
SECRETO »
Tercera parte del secreto revelado el 13 de julio de 1917 en la Cueva de Iria-Fátima.
Escribo en obediencia a Vos, Dios mío, que lo ordenáis por medio de Su
Excelencia Reverendísima el Señor Obispo de Leiria y de la Santísima Madre
vuestra y mía.
Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de
Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la
mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el
mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora
irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra
con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y
vimos en una inmensa luz qué es Dios: « algo semejante a como se ven las
personas en un espejo cuando pasan ante él » a un Obispo vestido de Blanco «
hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre ». También a otros
Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya
cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la
corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio
en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena,
rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a
la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto
por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y
flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes,
religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de
diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles
cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la
sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios.
Tuy-3-1-1944 ».
INTERPRETACIÓN DEL «
SECRETO »
CARTA DE JUAN PABLO II A SOR LUCÍA
En el júbilo de las fiestas pascuales, le presento el augurio de Cristo
Resucitado a sus discípulos: « ¡la paz esté contigo! »
Tendré el gusto de poder encontrarme con Usted en el tan esperado día de la
beatificación de Francisco y Jacinta que, si Dios quiere, beatificaré el próximo
13 de mayo.
Sin embargo, teniendo en cuenta que ese día no habrá tiempo para un coloquio,
sino sólo para un breve saludo, he encargado ex profeso a Su Excelencia Monseñor
Tarcisio Bertone, Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que
vaya a hablar con Usted. Se trata de la Congregación que colabora más
estrechamente con el Papa para la defensa de la fe católica y que ha conservado
desde 1957, como Usted sabe, su carta manuscrita que contiene la tercera parte
del secreto revelado el 13 de julio de 1917 en la Cueva de Iria, Fátima.
Monseñor Bertone, acompañado del Obispo de Leiria, su Excelencia Monseñor
Serafim de Sousa Ferreira e Silva, va en mi nombre para hacerle algunas
preguntas sobre la interpretación de la « tercera parte del secreto ».
Reverenda Sor Lucía, puede hablar abierta y sinceramente a Monseñor Bertone, que
me referirá sus respuestas directamente a mí.
Ruego ardientemente a la Madre del Resucitado por Usted, por la Comunidad de
Coimbra y por toda la Iglesia.
María, Madre de la humanidad peregrina, nos mantenga siempre estrechamente
unidos a Jesús, su amado Hijo y Hermano nuestro, Señor de la vida y de la
gloria.
Con una especial Bendición Apostólica.
JUAN PABLO II
Vaticano, 19 de abril de 2000.
COLOQUIO
CON SOR MARÍA LUCÍA DE JESÚS
Y DEL INMACULADO CORAZÓN
La cita de Sor Lucía con Su Excia. Mons. Tarcisio Bertone, Secretario de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, encargado por el Santo Padre, y de Su
Excia. Mons. Serafim de Sousa Ferreira e Silva, Obispo de Leiria-Fátima, tuvo
lugar el pasado jueves 27 de abril en el Carmelo de Santa Teresa de Coimbra.
Sor Lucía estaba lúcida y serena; estaba muy contenta del viaje del Papa a
Fátima para la beatificación, que ella tanto esperaba, de Francisco y Jacinta.
El Obispo de Leiria-Fátima leyó la carta autógrafa del Santo Padre que explicaba
los motivos de la visita. Sor Lucía se sintió honrada y la releyó personalmente,
teniéndola en sus propias manos. Dijo estar dispuesta a responder francamente a
todas las preguntas.
Llegados a este punto, Su Excia. Mons. Tarcisio Bertone le presentó dos sobres,
uno externo y otro dentro con la carta que contenía la tercera parte del «
secreto » de Fátima, y ella dijo inmediatamente, tocándola con los dedos: « es
mi carta »; y después, leyéndola: « es mi letra ».
Con la ayuda del Obispo de Leiria-Fátima, se leyó e interpretó el texto
original, que está en portugués. Sor Lucía estuvo de acuerdo en la
interpretación según la cual la tercera parte del secreto consiste en una visión
profética comparable a las de la historia sagrada. Reiteró su convicción de que
la visión de Fátima se refiere sobre todo a la lucha del comunismo ateo contra
la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de las víctimas
de la fe en el siglo XX.
A la pregunta: « El personaje principal de la visión, ¿es el Papa? », Sor Lucía
respondió de inmediato que sí y recuerda que los tres pastorcitos estaban muy
apenados por el sufrimiento del Papa y Jacinta repetía:« Coitandinho do Santo
Padre, tenho muita pena dos peccadores! » (« ¡Pobrecito el Santo Padre, me da
mucha pena de los pecadores! »). Sor Lucía continúa: « Nosotros no sabíamos el
nombre del Papa, la Señora no nos ha dicho el nombre del Papa, no sabíamos si
era Benedicto XV o Pío XII o Pablo VI o Juan Pablo II, pero era el Papa que
sufría y nos hacía sufrir también a nosotros ».
Por lo que se refiere al pasaje sobre el obispo vestido de blanco, esto es, el
Santo Padre —como se dieron cuenta inmediatamente los pastorcitos durante la
“visión”—, que es herido de muerte y cae por tierra, Sor Lucía está
completamente de acuerdo con la afirmación del Papa: « una mano materna guió la
trayectoria de la bala, y el Papa agonizante se detuvo en el umbral de la muerte
» (Juan Pablo II, Meditación desde el Policlínico Gemelli a los Obispos
italianos, 13 de mayo de 1994).
Puesto que Sor Lucía, antes de entregar al entonces Obispo de Leiria-Fátima el
sobre lacrado que contenía la tercera parte del « secreto », había escrito en el
sobre exterior que sólo podía ser abierto después de 1960, por el Patriarca de
Lisboa o por el Obispo de Leiria, Su Excia. Mons. Bertone le preguntó: « ¿por
qué la fecha tope de 1960? ¿Ha sido la Virgen quien ha indicado esa fecha? Sor
Lucía respondió: « no ha sido la Señora, sino yo la que ha puesto la fecha de
1960, porque según mi intuición, antes de 1960 no se hubiera entendido, se
habría comprendido sólo después. Ahora se puede entender mejor. Yo he escrito lo
que he visto, no me corresponde a mí la interpretación, sino al Papa ».
Finalmente, se mencionó el manuscrito no publicado que Sor Lucía ha preparado
como respuesta a tantas cartas de devotos de la Virgen y de peregrinos. La obra
lleva el título « Os apelos da Mensagen da Fatima » y recoge pensamientos y
reflexiones que expresan sus sentimientos y su límpida y simple espiritualidad,
en clave catequética y parenética. Se le preguntó si le gustaría que la
publicaran, y ha respondido: « Si el Santo Padre está de acuerdo, me encantaría,
si no, obedezco a lo que decida el Santo Padre ». Sor Lucía desea someter el
texto a la aprobación de la Autoridad eclesiástica, y tiene la esperanza de
poder contribuir con su escrito a guiar a los hombres y mujeres de buena
voluntad por el camino que conduce a Dios, última meta de toda esperanza humana.
El coloquio se concluyó con un intercambio de rosarios: a Sor Lucía se le dio el
que le había regalado el Santo Padre y ella, a su vez, entrega algunos rosarios
confeccionados por ella personalmente.
La bendición impartida en nombre del Santo Padre concluyó el encuentro.
COMUNICADO DE SU EMINENCIA
EL CARD. ANGELO SODANO
SECRETARIO DE ESTADO DE SU SANTIDAD
Al final de la solemne Concelebración Eucarística presidida por Juan Pablo II en
Fátima, el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado, ha pronunciado en
portugués las palabras que aquí reproducimos en traducción española.
Hermanos y hermanas en el Señor:
Al concluir esta solemne celebración, siento el deber de presentar a nuestro
amado Santo Padre Juan Pablo II la felicitación más cordial, en nombre de todos
los presentes, por su próximo 80° cumpleaños, agradeciéndole su valioso
ministerio pastoral en favor de toda la Santa Iglesia de Dios.
En la solemne circunstancia de su venida a Fátima, el Sumo Pontífice me ha
encargado daros un anuncio. Como es sabido, el objetivo de su venida a Fátima ha
sido la beatificación de los dos “pastorinhos”. Sin embargo, quiere atribuir
también a esta peregrinación suya el valor de un renovado gesto de gratitud
hacia la Virgen por la protección que le ha dispensado durante estos años de
pontificado. Es una protección que parece que guarde relación también con la
llamada “tercera parte” del secreto de Fátima.
Este texto es una visión profética comparable a la de la Sagrada Escritura, que
no describe con sentido fotográfico los detalles de los acontecimientos futuros,
sino que sintetiza y condensa sobre un mismo fondo hechos que se prolongan en el
tiempo en una sucesión y con una duración no precisadas. Por tanto, la clave de
la lectura del texto ha de ser de carácter simbólico.
La visión de Fátima tiene que ver sobre todo con la lucha de los sistemas ateos
contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de los
testigos de la fe del último siglo del segundo milenio. Es un interminable Via
Crucis dirigido por los Papas del Siglo XX.
Según la interpretación de los pastorinhos, interpretación confirmada
recientemente por Sor Lucia, el « Obispo vestido de blanco » que ora por todos
los fieles es el Papa. También él, caminando con fatiga hacia la Cruz entre los
cadáveres de los martirizados (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y
numerosos laicos), cae a tierra como muerto, bajo los disparos de arma de fuego.
Después del atentado del 13 de mayo de 1981, a Su Santidad le pareció claro que
había sido « una mano materna quien guió la trayectoria de la bala »,
permitiendo al « Papa agonizante » que se detuviera « en el umbral de la muerte
» (Juan Pablo II, Meditación desde el Policlínico Gemelli a los Obispos
italianos,en: Insegnamenti, vol. XVII1, 1994, p. 1061). Con ocasión de una
visita a Roma del entonces Obispo de Leiria-Fátima, el Papa decidió entregarle
la bala, que quedó en el jeep después del atentado, para que se custodiase en el
Santuario. Por iniciativa del Obispo, la misma fue después engarzada en la
corona de la imagen de la Virgen de Fátima.
Los sucesivos acontecimientos del año 1989 han llevado, tanto en la Unión
Soviética como en numerosos Países del Este, a la caída del régimen comunista
que propugnaba el ateísmo. También por esto el Sumo Pontífice le está agradecido
a la Virgen desde lo profundo del corazón. Sin embargo, en otras partes del
mundo los ataques contra la Iglesia y los cristianos, con la carga de
sufrimiento que conllevan, desgraciadamente no han cesado. Aunque las
vicisitudes a las que se refiere la tercera parte del secreto de Fátima parecen
ya pertenecer al pasado, la llamada de la Virgen a la conversión y a la
penitencia, pronunciada al inicio del siglo XX, conserva todavía hoy una
estimulante actualidad. « La Señora del mensaje parecía leer con una perspicacia
especial los signos de los tiempos, los signos de nuestro tiempo ... La
invitación insistente de María Santísima a la penitencia es la manifestación de
su solicitud materna por el destino de la familia humana, necesitada de
conversión y perdón » (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial del
Enfermo 1997, n. 1, en: Insegnamenti, vol. XIX2, 1996, p. 561).
Para permitir que los fieles reciban mejor el mensaje de la Virgen de Fátima, el
Papa ha confiado a la Congregación para la Doctrina de la Fe la tarea de hacer
pública la tercera parte del « secreto », después de haber preparado un oportuno
comentario.
Hermanos y hermanas, agradecemos a la Virgen de Fátima su protección. A su
materna intercesión confiamos la Iglesia del Tercer Milenio.
Sub tuum praesidium confugimus, Santa Dei Genetrix! Intercede pro Ecclesia.
Intercede pro Papa nostro Ioanne Paulo II. Amen.
Fátima, 13 de mayo de 2000.
COMENTARIO TEOLÓGICO
Quien lee con atención el texto del llamado tercer “secreto” de Fátima, que tras
largo tiempo, por voluntad del Santo Padre, viene publicado aquí en su
integridad, tal vez quedará desilusionado o asombrado después de todas las
especulaciones que se han hecho. No se revela ningún gran misterio; no se ha
corrido el velo del futuro. Vemos a la Iglesia de los mártires del siglo apenas
transcurrido representada mediante una escena descrita con un lenguaje simbólico
difícil de descifrar. ¿Es esto lo que quería comunicar la Madre del Señor a la
cristiandad, a la humanidad en un tiempo de grandes problemas y angustias? ¿Nos
es de ayuda al inicio del nuevo milenio? O más bien ¿son solamente proyecciones
del mundo interior de unos niños crecidos en un ambiente de profunda piedad,
pero que a la vez estaban turbados por las tragedias que amenazaban su tiempo?
¿Cómo debemos entender la visión, qué hay que pensar de la misma?
Revelación pública y revelaciones privadas — su lugar teológico
Antes de iniciar un intento de interpretación, cuyas líneas esenciales se pueden
encontrar en la comunicación que el Cardenal Sodano pronunció el 13 de mayo de
este año al final de la celebración eucarística presidida por el Santo Padre en
Fátima, es necesario hacer algunas aclaraciones de fondo sobre el modo en que,
según la doctrina de la Iglesia, deben ser comprendidos dentro de la vida de fe
fenómenos como el de Fátima. La doctrina de la Iglesia distingue entre la «
revelación pública » y las « revelaciones privadas ». Entre estas dos realidades
hay una diferencia, no sólo de grado, sino de esencia. El término « revelación
pública » designa la acción reveladora de Dios destinada a toda la humanidad,
que ha encontrado su expresión literaria en las dos partes de la Biblia: el
Antiguo y el Nuevo Testamento. Se llama « revelación » porque en ella Dios se ha
dado a conocer progresivamente a los hombres, hasta el punto de hacerse él mismo
hombre, para atraer a sí y para reunir en sí a todo el mundo por medio del Hijo
encarnado, Jesucristo. No se trata, pues, de comunicaciones intelectuales, sino
de un proceso vital, en el cual Dios se acerca al hombre; naturalmente en este
proceso se manifiestan también contenidos que tienen que ver con la inteligencia
y con la comprensión del misterio de Dios. El proceso atañe al hombre total y,
por tanto, también a la razón, aunque no sólo a ella. Puesto que Dios es uno
solo, también es única la historia que él comparte con la humanidad; vale para
todos los tiempos y encuentra su cumplimiento con la vida, la muerte y la
resurrección de Jesucristo. En Cristo Dios ha dicho todo, es decir, se ha
manifestado así mismo y, por lo tanto, la revelación ha concluido con la
realización del misterio de Cristo que ha encontrado su expresión en el Nuevo
Testamento. El Catecismo de la Iglesia Católica, para explicar este carácter
definitivo y completo de la revelación, cita un texto de San Juan de la Cruz: «
Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene
otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra...; porque lo
que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos
al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o
querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino que haría
agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer cosa otra
alguna o novedad » (n. 65, Subida al Monte Carmelo, 2, 22).
El hecho de que la única revelación de Dios dirigida a todos los pueblos se haya
concluido con Cristo y en el testimonio sobre Él recogido en los libros del
Nuevo Testamento, vincula a la Iglesia con el acontecimiento único de la
historia sagrada y de la palabra de la Biblia, que garantiza e interpreta este
acontecimiento, pero no significa que la Iglesia ahora sólo pueda mirar al
pasado y esté así condenada a una estéril repetición. El Catecismo de la Iglesia
Católica dice a este respecto: « Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada,
no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender
gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos » (n. 66). Estos
dos aspectos, el vínculo con el carácter único del acontecimiento y el progreso
en su comprensión, están muy bien ilustrados en los discursos de despedida del
Señor, cuando antes de partir les dice a los discípulos: « Mucho tengo todavía
que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la
verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta... Él
me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros » (Jn 16,
12-14). Por una parte el Espíritu, que hace de guía y abre así las puertas a un
conocimiento, del cual antes faltaba el presupuesto que permitiera acogerlo; es
ésta la amplitud y la profundidad nunca alcanzada de la fe cristiana. Por otra
parte, este guiar es un « tomar » del tesoro de Jesucristo mismo, cuya
profundidad inagotable se manifiesta en esta conducción por parte del Espíritu.
A este respecto el Catecismo cita una palabra densa del Papa Gregorio Magno: «
la comprensión de las palabras divinas crece con su reiterada lectura »
(Catecismo de la Iglesia Católica, 94; Gregorio, In Ez 1, 7, 8). El Concilio
Vaticano II señala tres maneras esenciales en que se realiza la guía del
Espíritu Santo en la Iglesia y, en consecuencia, el « crecimiento de la Palabra
»: éste se lleva a cabo a través de la meditación y del estudio por parte de los
fieles, por medio del conocimiento profundo, que deriva de la experiencia
espiritual y por medio de la predicación de « los obispos, sucesores de los
Apóstoles en el carisma de la verdad » (Dei Verbum, 8).
En este contexto es posible entender correctamente el concepto de « revelación
privada », que se refiere a todas las visiones y revelaciones que tienen lugar
una vez terminado el Nuevo Testamento; es ésta la categoría dentro de la cual
debemos colocar el mensaje de Fátima. Escuchemos aún a este respecto antes de
nada el Catecismo de la Iglesia Católica: « A lo largo de los siglos ha habido
revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por
la autoridad de la Iglesia... Su función no es la de... “completar” la
Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en
una cierta época de la historia » (n. 67). Se deben aclarar dos cosas:
1. La autoridad de las revelaciones privadas es esencialmente diversa de la
única revelación pública: ésta exige nuestra fe; en efecto, en ella, a través de
palabras humanas y de la mediación de la comunidad viviente de la Iglesia, Dios
mismo nos habla. La fe en Dios y en su Palabra se distingue de cualquier otra
fe, confianza u opinión humana. La certeza de que Dios habla me da la seguridad
de que encuentro la verdad misma y, de ese modo, una certeza que no puede darse
en ninguna otra forma humana de conocimiento. Es la certeza sobre la cual
edifico mi vida y a la cual me confío al morir.
2. La revelación privada es una ayuda para la fe, y se manifiesta como creíble
precisamente porque remite a la única revelación pública. El Cardenal Próspero
Lambertini, futuro Papa Benedicto XIV, dice al respecto en su clásico tratado,
que después llegó a ser normativo para las beatificaciones y canonizaciones: «
No se debe un asentimiento de fe católica a revelaciones aprobadas en tal modo;
no es ni tan siquiera posible. Estas revelaciones exigen más bien un
asentimiento de fe humana, según las reglas de la prudencia, que nos las
presenta como probables y piadosamente creíbles ». El teólogo flamenco E. Dhanis,
eminente conocedor de esta materia, afirma sintéticamente que la aprobación
eclesiástica de una revelación privada contiene tres elementos: el mensaje en
cuestión no contiene nada que vaya contra la fe y las buenas costumbres; es
lícito hacerlo publico, y los fieles están autorizados a darle en forma prudente
su adhesión (E. Dhanis, Sguardo su Fatima e bilancio di una discussione, en: La
Civiltà Cattolica 104, 1953, II. 392-406, en particular 397). Un mensaje así
puede ser una ayuda válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el
momento presente; por eso no se debe descartar. Es una ayuda que se ofrece, pero
no es obligatorio hacer uso de la misma.
El criterio de verdad y de valor de una revelación privada es, pues, su
orientación a Cristo mismo. Cuando ella nos aleja de Él, cuando se hace autónoma
o, más aún, cuando se hace pasar como otro y mejor designio de salvación, más
importante que el Evangelio, entonces no viene ciertamente del Espíritu Santo,
que nos guía hacia el interior del Evangelio y no fuera del mismo. Esto no
excluye que dicha revelación privada acentúe nuevos aspectos, suscite nuevas
formas de piedad o profundice y extienda las antiguas. Pero, en cualquier caso,
en todo esto debe tratarse de un apoyo para la fe, la esperanza y la caridad,
que son el camino permanente de salvación para todos. Podemos añadir que a
menudo las revelaciones privadas provienen sobre todo de la piedad popular y se
apoyan en ella, le dan nuevos impulsos y abren para ella nuevas formas. Eso no
excluye que tengan efectos incluso sobre la liturgia, como por ejemplo muestran
las fiestas del Corpus Domini y del Sagrado Corazón de Jesús. Desde un cierto
punto de vista, en la relación entre liturgia y piedad popular se refleja la
relación entre Revelación y revelaciones privadas: la liturgia es el criterio,
la forma vital de la Iglesia en su conjunto, alimentada directamente por el
Evangelio. La religiosidad popular significa que la fe está arraigada en el
corazón de todos los pueblos, de modo que se introduce en la esfera de lo
cotidiano. La religiosidad popular es la primera y fundamental forma de «
inculturación » de la fe, que debe dejarse orientar y guiar continuamente por
las indicaciones de la liturgia, pero que a su vez fecunda la fe a partir del
corazón.
Hemos pasado así de las precisiones más bien negativas, que eran necesarias
antes de nada, a la determinación positiva de las revelaciones privadas: ¿cómo
se pueden clasificar de modo correcto a partir de la Sagrada Escritura? ¿Cuál es
su categoría teológica? La carta más antigua de San Pablo que nos ha sido
conservada, tal vez el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, la Primera
Carta a los Tesalonicenses, me parece que ofrece una indicación. El Apóstol dice
en ella: « No apaguéis el Espíritu, no despreciéis las profecías; examinad cada
cosa y quedaos con lo que es bueno » (5, 19-21). En todas las épocas se le ha
dado a la Iglesia el carisma de la profecía, que debe ser examinado, pero que
tampoco puede ser despreciado. A este respecto, es necesario tener presente que
la profecía en el sentido de la Biblia no quiere decir predecir el futuro, sino
explicar la voluntad de Dios para el presente, lo cual muestra el recto camino
hacia el futuro. El que predice el futuro se encuentra con la curiosidad de la
razón, que desea apartar el velo del porvenir; el profeta ayuda a la ceguera de
la voluntad y del pensamiento y aclara la voluntad de Dios como exigencia e
indicación para el presente. La importancia de la predicción del futuro en este
caso es secundaria. Lo esencial es la actualización de la única revelación, que
me afecta profundamente: la palabra profética es advertencia o también consuelo
o las dos cosas a la vez. En este sentido, se puede relacionar el carisma de la
profecía con la categoría de los « signos de los tiempos », que ha sido
subrayada por el Vaticano II: « ...sabéis explorar el aspecto de la tierra y del
cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? » (Lc 12, 56). En esta parábola de
Jesús por « signos de los tiempos » debe entenderse su propio camino, el mismo
Jesús. Interpretar los signos de los tiempos a la luz de la fe significa
reconocer la presencia de Cristo en todos los tiempos. En las revelaciones
privadas reconocidas por la Iglesia —y por tanto también en Fátima— se trata de
esto: ayudarnos a comprender los signos de los tiempos y a encontrar la justa
respuesta desde la fe ante ellos.
La estructura
antropológica de las revelaciones privadas
Una vez que con las
precedentes reflexiones hemos tratado de determinar el lugar teológico de las
revelaciones privadas, antes de ocuparnos de una interpretación del mensaje de
Fátima, debemos aún intentar aclarar brevemente un poco su carácter
antropológico (psicológico). La antropología teológica distingue en este ámbito
tres formas de percepción o « visión »: la visión con los sentidos, es decir la
percepción externa corpórea, la percepción interior y la visión espiritual (visio
sensibilis – imaginativa – intellectualis). Está claro que en las visiones de
Lourdes, Fátima, etc. no se trata de la normal percepción externa de los
sentidos: las imágenes y las figuras, que se ven, no se hallan exteriormente en
el espacio, como se encuentran un árbol o una casa. Esto es absolutamente
evidente, por ejemplo, por lo que se refiere a la visión del infierno (descrita
en la primera parte del « secreto » de Fátima) o también la visión descrita en
la tercera parte del « secreto », pero puede demostrarse con mucha facilidad
también en las otras visiones, sobre todo porque no todos los presentes las
veían, sino de hecho sólo los « videntes ». Del mismo modo es obvio que no se
trata de una « visión » intelectual, sin imágenes, como se da en otros grados de
la mística. Aquí se trata de la categoría intermedia, la percepción interior,
que ciertamente tiene en el vidente la fuerza de una presencia que, para él,
equivale a la manifestación externa sensible.
Ver interiormente no significa que se trate de fantasía, como si fuera sólo una
expresión de la imaginación subjetiva. Más bien significa que el alma viene
acariciada por algo real, aunque suprasensible, y es capaz de ver lo no
sensible, lo no visible por los sentidos, una especie de visión con los «
sentidos internos ». Se trata de verdaderos « objetos », que tocan el alma,
aunque no pertenezcan a nuestro habitual mundo sensible. Para esto se exige una
vigilancia interior del corazón que generalmente no se tiene a causa de la
fuerte presión de las realidades externas y de las imágenes y pensamientos que
llenan el alma. La persona es transportada más allá de la pura exterioridad y
otras dimensiones más profundas de la realidad la tocan, se le hacen visibles.
Tal vez por eso se puede comprender por qué los niños son los destinatarios
preferidos de tales apariciones: el alma está aún poco alterada y su capacidad
interior de percepción está aún poco deteriorada. « De la boca de los niños y de
los lactantes has recibido la alabanza », responde Jesús con una frase del Salmo
8 (v.3) a la crítica de los Sumos Sacerdotes y de los ancianos, que encuentran
inoportuno el grito de « hosanna » de los niños (Mt 21, 16).
La « visión interior » no es una fantasía, sino una propia y verdadera manera de
verificar, como hemos dicho. Pero conlleva también limitaciones. Ya en la visión
exterior está siempre involucrado el factor subjetivo; no vemos el objeto puro,
sino que llega a nosotros a través del filtro de nuestros sentidos, que deben
llevar a cabo un proceso de traducción. Esto es aún más evidente en la visión
interior, sobre todo cuando se trata de realidades que sobrepasan en sí mismas
nuestro horizonte. El sujeto, el vidente, está involucrado de un modo aún más
íntimo. Él ve con sus concretas posibilidades, con las modalidades de
representación y de conocimiento que le son accesibles. En la visión interior se
trata, de manera más amplia que en la exterior, de un proceso de traducción, de
modo que el sujeto es esencialmente copartícipe en la formación como imagen de
lo que aparece. La imagen puede llegar solamente según sus medidas y sus
posibilidades. Tales visiones nunca son simples « fotografías » del más allá,
sino que llevan en sí también las posibilidades y los límites del sujeto
perceptor.
Esto se puede comprender en todas las grandes visiones de los santos;
naturalmente, vale también para las visiones de los niños de Fátima. Las
imágenes que ellos describen no son en absoluto simples expresiones de su
fantasía, sino fruto de una real percepción de origen superior e interior, pero
no son imaginaciones como si por un momento se quitara el velo del más allá y el
cielo apareciese en su esencia pura, tal como nosotros esperamos verlo un día en
la definitiva unión con Dios. Más bien las imágenes son, por decirlo así, una
síntesis del impulso proveniente de lo Alto y de las posibilidades de que
dispone para ello el sujeto que percibe, esto es, los niños. Por este motivo, el
lenguaje imaginativo de estas visiones es un lenguaje simbólico. El Cardenal
Sodano dice al respecto: « ... no se describen en sentido fotográfico los
detalles de los acontecimientos futuros, sino que sintetizan y condensan sobre
un mismo fondo, hechos que se extienden en el tiempo según una sucesión y con
una duración no precisadas ». Esta concentración de tiempos y espacios en una
única imagen es típica de tales visiones que, por lo demás, pueden ser
descifradas sólo a posteriori. A este respecto, no todo elemento visivo debe
tener un concreto sentido histórico. Lo que cuenta es la visión como conjunto, y
a partir del conjunto de imágenes deben ser comprendidos los aspectos
particulares. Lo que es central en una imagen se desvela en último término a
partir del centro de la « profecía » cristiana en absoluto: el centro está allí
donde la visión se convierte en llamada y guía hacia la voluntad de Dios.
Un intento de
interpretación del secreto de Fátima
La primera y segunda parte del secreto de Fátima han sido ya discutidas tan
ampliamente por la literatura especializada que ya no hay que ilustrarlas más.
Quisiera sólo llamar la atención brevemente sobre el punto más significativo.
Los niños han experimentado durante un instante terrible una visión del
infierno. Han visto la caída de las « almas de los pobres pecadores ». Y se les
dice por qué se les ha hecho pasar por ese momento: para « salvarlas », para
mostrar un camino de salvación. Viene así a la mente la frase de la Primera
Carta de Pedro: « meta de vuestra fe es la salvación de las almas » (1,9). Para
este objetivo se indica como camino -de un modo sorprendente para personas
provenientes del ámbito cultural anglosajón y alemán- la devoción al Corazón
Inmaculado de María. Para entender esto puede ser suficiente aquí una breve
indicación. « Corazón » significa en el lenguaje de la Biblia el centro de la
existencia humana, la confluencia de razón, voluntad, temperamento y
sensibilidad, en la cual la persona encuentra su unidad y su orientación
interior. El «corazón inmaculado » es, según Mt 5,8, un corazón que a partir de
Dios ha alcanzado una perfecta unidad interior y, por lo tanto, « ve a Dios ».
La « devoción » al Corazón Inmaculado de María es, pues, un acercarse a esta
actitud del corazón, en la cual el « fiat » —hágase tu voluntad— se convierte en
el centro animador de toda la existencia. Si alguno objetara que no debemos
interponer un ser humano entre nosotros y Cristo, se le debería recordar que
Pablo no tiene reparo en decir a sus comunidades: imitadme (1 Co 4, 16; Flp
3,17; 1 Ts 1,6; 2 Ts 3,7.9). En el Apóstol pueden constatar concretamente lo que
significa seguir a Cristo. ¿De quién podremos nosotros aprender mejor en
cualquier tiempo si no de la Madre del Señor?
Llegamos así, finalmente, a la tercera parte del « secreto » de Fátima publicado
íntegramente aquí por primera vez. Como se desprende de la documentación
precedente, la interpretación que el Cardenal Sodano ha dado en su texto del 13
de mayo, había sido presentada anteriormente a Sor Lucia en persona. A este
respecto, Sor Lucia ha observado en primer lugar que a ella misma se le dio la
visión, no su interpretación. La interpretación, decía, no es competencia del
vidente, sino de la Iglesia. Ella, sin embargo, después de la lectura del texto,
ha dicho que esta interpretación correspondía a lo que ella había experimentado
y que, por su parte, reconocía dicha interpretación como correcta. En lo que
sigue, pues, se podrá sólo intentar dar un fundamento más profundo a dicha
interpretación a partir de los criterios hasta ahora desarrollados.
Como palabra clave de la primera y de la segunda parte del « secreto » hemos
descubierto la de « salvar las almas », así como la palabra clave de este «
secreto » es el triple grito: « ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! ». Viene a
la mente el comienzo del Evangelio: « paenitemini et credite evangelio » (Mc
1,15). Comprender los signos de los tiempos significa comprender la urgencia de
la penitencia, de la conversión y de la fe. Esta es la respuesta adecuada al
momento histórico, que se caracteriza por grandes peligros y que serán descritos
en las imágenes sucesivas. Me permito insertar aquí un recuerdo personal: en una
conversación conmigo Sor Lucia me dijo que le resultaba cada vez más claro que
el objetivo de todas las apariciones era el de hacer crecer siempre más en la
fe, en la esperanza y en la caridad. Todo el resto era sólo para conducir a
esto.
Examinemos ahora más de cerca cada imagen. El ángel con la espada de fuego a la
derecha de la Madre de Dios recuerda imágenes análogas en el Apocalipsis.
Representa la amenaza del juicio que incumbe sobre el mundo. La perspectiva de
que el mundo podría ser reducido a cenizas en un mar de llamas, hoy no es
considerada absolutamente pura fantasía: el hombre mismo ha preparado con sus
inventos la espada de fuego. La visión muestra después la fuerza que se opone al
poder de destrucción: el esplendor de la Madre de Dios, y proveniente siempre de
él, la llamada a la penitencia. De ese modo se subraya la importancia de la
libertad del hombre: el futuro no está determinado de un modo inmutable, y la
imagen que los niños vieron, no es una película anticipada del futuro, de la
cual nada podría cambiarse. Toda la visión tiene lugar en realidad sólo para
llamar la atención sobre la libertad y para dirigirla en una dirección positiva.
El sentido de la visión no es el de mostrar una película sobre el futuro ya
fijado de forma irremediable. Su sentido es exactamente el contrario, el de
movilizar las fuerzas del cambio hacia el bien. Por eso están totalmente fuera
de lugar las explicaciones fatalísticas del « secreto » que, por ejemplo, dicen
que el atentador del 13 de mayo de 1981 habría sido en definitiva un instrumento
del plan divino guiado por la Providencia y que, por tanto, no habría actuado
libremente, así como otras ideas semejantes que circulan. La visión habla más
bien de los peligros y del camino para salvarse de los mismos.
Las siguientes frases del texto muestran una vez más muy claramente el carácter
simbólico de la visión: Dios permanece el inconmensurable y la luz que supera
todas nuestras visiones. Las personas humanas aparecen como en un espejo.
Debemos tener siempre presente esta limitación interna de la visión, cuyos
confines están aquí indicados visivamente. El futuro se muestra sólo « como en
un espejo de manera confusa » (cf. 1 Co 13,12). Tomemos ahora en consideración
cada una de las imágenes que siguen en el texto del « secreto ». El lugar de la
acción aparece descrito con tres símbolos: una montaña escarpada, una grande
ciudad medio en ruinas y, finalmente, una gran cruz de troncos rústicos. Montaña
y ciudad simbolizan el lugar de la historia humana: la historia como costosa
subida hacia lo alto, la historia como lugar de la humana creatividad y de la
convivencia, pero al mismo tiempo como lugar de las destrucciones, en las cuales
el hombre destruye la obra de su propio trabajo. La ciudad puede ser el lugar de
comunión y de progreso, pero también el lugar del peligro y de la amenaza más
extrema. Sobre la montaña está la cruz, meta y punto de orientación de la
historia. En la cruz la destrucción se transforma en salvación; se levanta como
signo de la miseria de la historia y como promesa para la misma.
Aparecen después aquí personas humanas: el Obispo vestido de blanco (« hemos
tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre »), otros Obispos,
sacerdotes, religiosos y religiosas y, finalmente, hombres y mujeres de todas
las clases y estratos sociales. El Papa parece que precede a los otros,
temblando y sufriendo por todos los horrores que lo rodean. No sólo las casas de
la ciudad están medio en ruinas, sino que su camino pasa en medio de los cuerpos
de los muertos. El camino de la Iglesia se describe así como un viacrucis, como
camino en un tiempo de violencia, de destrucciones y de persecuciones. Se puede
ver representada en esta imagen la historia de todo un siglo. Del mismo modo que
los lugares de la tierra están sintéticamente representados en las dos imágenes
de la montaña y de la ciudad y están orientados hacia la cruz, también los
tiempos son presentados de forma compacta. En la visión podemos reconocer el
siglo pasado como siglo de los mártires, como siglo de los sufrimientos y de las
persecuciones contra la Iglesia, como el siglo de las guerras mundiales y de
muchas guerras locales que han llenado toda su segunda mitad y han hecho
experimentar nuevas formas de crueldad. En el « espejo » de esta visión vemos
pasar a los testigos de la fe de decenios. A este respecto, parece oportuno
mencionar una frase de la carta que Sor Lucia escribió al Santo Padre el 12 de
mayo de 1982: « la tercera parte del “secreto” se refiere a las palabras de
Nuestra Señora: “Si no (Rusia) diseminará sus errores por el mundo, promoviendo
guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo
Padre tendrá que sufrir mucho, varias naciones serán destruidas” ».
En el viacrucis de este siglo, la figura del Papa tiene un papel especial. En su
fatigoso subir a la montaña podemos encontrar indicados con seguridad juntos
diversos Papas, que empezando por Pío X hasta el Papa actual han compartido los
sufrimientos de este siglo y se han esforzado por avanzar entre ellas por el
camino que lleva a la cruz. En la visión también el Papa es matado en el camino
de los mártires. ¿No podía el Santo Padre, cuando después del atentado del 13 de
mayo de 1981 se hizo llevar el texto de la tercera parte del « secreto »,
reconocer en él su propio destino? Había estado muy cerca de las puertas de la
muerte y él mismo explicó el haberse salvado, con las siguientes palabras: «
...fue una mano materna a guiar la trayectoria de la bala y el Papa agonizante
se paró en el umbral de la muerte » (13 de mayo de 1994). Que una « mano materna
» haya desviado la bala mortal muestra sólo una vez más que no existe un destino
inmutable, que la fe y la oración son poderosas, que pueden influir en la
historia y, que al final, la oración es más fuerte que las balas, la fe más
potente que las divisiones.
La conclusión del « secreto » recuerda imágenes que Lucía puede haber visto en
libros de piedad y cuyo contenido deriva de antiguas intuiciones de fe. Es una
visión consoladora, que quiere hacer maleable por el poder salvador de Dios una
historia de sangre y lágrimas. Los ángeles recogen bajo los brazos de la cruz la
sangre de los mártires y riegan con ella las almas que se acercan a Dios. La
sangre de Cristo y la sangre de los mártires están aquí consideradas juntas: la
sangre de los mártires fluye de los brazos de la cruz. Su martirio se lleva a
cabo de manera solidaria con la pasión de Cristo y se convierte en una sola cosa
con ella. Ellos completan en favor del Cuerpo de Cristo lo que aún falta a sus
sufrimientos (cf. Col1,24). Su vida se ha convertido en Eucaristía, inserta en
el misterio del grano de trigo que muere y se hace fecundo. La sangre de los
mártires es semilla de cristianos, ha dicho Tertuliano. Así como de la muerte de
Cristo, de su costado abierto, ha nacido la Iglesia, así la muerte de los
testigos es fecunda para la vida futura de la Iglesia. La visión de la tercera
parte del « secreto », tan angustiosa en su comienzo, se concluye pues con un
imagen de esperanza: ningún sufrimiento es vano y, precisamente, una Iglesia
sufriente, una Iglesia de mártires, se convierte en señal orientadora para la
búsqueda de Dios por parte del hombre. En las manos amorosas de Dios no han sido
acogidos únicamente los que sufren como Lázaro, que encontró el gran consuelo y
representa misteriosamente a Cristo que quiso ser para nosotros el pobre Lázaro;
hay algo más, del sufrimiento de los testigos deriva una fuerza de purificación
y de renovación, porque es actualización del sufrimiento mismo de Cristo y
transmite en el presente su eficacia salvífica.
Hemos llegado así a una última pregunta: ¿Qué significa en su conjunto (en sus
tres partes) el « secreto » de Fátima? ¿Qué nos dice a nosotros? Ante todo,
debemos afirmar con el Cardenal Sodano: « ...los acontecimientos a los que se
refiere la tercera parte del « secreto » de Fátima, parecen pertenecer ya al
pasado ». En la medida en que se refiere a acontecimientos concretos, ya
pertenecen al pasado. Quien había esperado en impresionantes revelaciones
apocalípticas sobre el fin del mundo o sobre el curso futuro de la historia debe
quedar desilusionado. Fátima no nos ofrece este tipo de satisfacción de nuestra
curiosidad, del mismo modo que la fe cristiana por lo demás no quiere y no puede
ser un mero alimento para nuestra curiosidad. Lo que queda de válido lo hemos
visto de inmediato al inicio de nuestras reflexiones sobre el texto del «
secreto »: la exhortación a la oración como camino para la « salvación de las
almas » y, en el mismo sentido, la llamada a la penitencia y a la conversión.
Quisiera al final volver aún sobre otra palabra clave del « secreto », que con
razón se ha hecho famosa: « mi Corazón Inmaculado triunfará ». ¿Qué quiere decir
esto? Que el corazón abierto a Dios, purificado por la contemplación de Dios, es
más fuerte que los fusiles y que cualquier tipo de arma. El fiat de María, la
palabra de su corazón, ha cambiado la historia del mundo, porque ella ha
introducido en el mundo al Salvador, porque gracias a este « sí » Dios pudo
hacerse hombre en nuestro mundo y así permanece ahora y para siempre. El maligno
tiene poder en este mundo, lo vemos y lo experimentamos continuamente; él tiene
poder porque nuestra libertad se deja alejar continuamente de Dios. Pero desde
que Dios mismo tiene un corazón humano y de ese modo ha dirigido la libertad del
hombre hacia el bien, hacia Dios, la libertad hacia el mal ya no tiene la última
palabra. Desde aquel momento cobran todo su valor las palabras de Jesús: «
padeceréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza; yo he vencido al
mundo » (Jn 16,33). El mensaje de Fátima nos invita a confiar en esta promesa.
Joseph Card. Ratzinger
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